Tierra de nadie

Sólo puede quedar una

Todo estaba previsto en el PP para el número final de circo en el que un hombre bala procedente de Galicia surcaría el cielo, sobrevolaría la meseta y aterrizaría entre aplausos en Madrid para hacerse con las riendas del partido. El lanzamiento estaba previsto para este lunes pero ocurrió lo inesperado: falló el cañón, se mojó la pólvora o, lo que es más probable, al cohete de Orense le temblaron las piernas y, casi entre sollozos, descendió de la plataforma y anunció que padecía de vértigo.

El gatillazo de Feijóo está siendo objeto de un amplio debate. Se cuestiona la valentía de quien se ha pasado años amagando con salir del reservorio y que, al abrirse las puertas, ha sido cegado por la luz como les ocurrió a los encadenados por Platón en la caverna. Poco importa ya si el supuesto líder no lo era tanto o si sus fotos con el narco Marcial Dorado eran el aperitivo de un banquete que alguien pensaba servirle en plato frío. El caso es que la gran esperanza de los populares ha contemplado el sol y ha preferido seguir mirando las sombras reflejadas en la pared de la cueva.

Una de estas sombras es la de Pablo Casado, aprendiz de muchos brujos y criado de demasiados señores, quien nada más emprender el vuelo recibió el perdigonazo de la jueza que investiga los másteres de saldo de la Universidad Rey Juan Carlos con su decisión de preguntar al Congreso si el chico es aforado y su instrucción debe pasar al Supremo al apreciar en su conducta indicios de delito. El superdotado Casado, capaz de sacarse el título de ingeniero de Caminos en el descanso de un partido de fútbol, quiere encarnar la regeneración del PP al frente de esa hornada de dirigentes a los que la corrupción no ha salpicado por una cuestión biológica, aunque la precocidad del muchacho parece algo más que intelectual.

El carrusel chinesco está siendo una romería. Junto a García Margallo, que amenazó con presentarse si lo hacía Sáenz de Santamaría y que ni siquiera ha esperado a que la exvicepresidenta enseñara la patita bajo la puerta, ha presentado sus credenciales un tal Bayo, expresidente de Nuevas Generaciones de Valencia, cuyo mayor activo, además del cambio generacional, es ser de Valencia y no estar imputado. También ha dado el paso José Ramón García Hernández, diputado y secretario de Relaciones Internacionales, del que se dijo injustificadamente que era el primer nombre reconocible que optaba a la presidencia, y que se propone el imposible metafísico de recuperar el partido para los afiliados como si alguna vez hubiera sido suyo. Se esperaba incluso a Esteban González Pons, que tiene fama de perejil y resulta imprescindible en estas salsas, y hasta a Ana Pastor, a cuyas plantas algunos se han postrado para rogarle que no les abandone en la zozobra.

A falta de unas horas para que expirara el plazo de presentación de candidaturas, hacían su entrada en el guirigay María Dolores de Cospedal y Soraya Sáez de Santamaría, que forman el plato fuerte de la velada y cuyo combate habría merecido ser negociado por Don King al estilo del que enfrentó en Zaire a Muhammad Ali y George Foreman. Se dice que el amor está sobrevalorado ya que cualquiera puede entregarse a él como un poseso mientras que el odio es florentino y alambicado. Artistas del odio, Santamaría y Cospedal son las únicas con posibilidades reales de alzarse con la presidencia en este sistema de primarias a doble vuelta inventado en una noche loca y estupefaciente.

De esta guerra sin cuartel se esperan grandes sucesos y ya hay quien aventura que el PP se partirá en dos y que Rivera, con su privilegiada vista de veleta de campanario, aprovechará la ocasión para recoger los restos del Trafalgar de la derecha que lleguen a la orilla. A contracorriente de estos profetas, la disputa parece sana y necesaria y se echa en falta que tanto feminista de salón no aprecie que por primera vez dos mujeres se dispongan a disputarse el cargo a cara de perro, un hecho insólito no ya en el PP sino en otros partidos que no dejan de impartir lecciones magistrales contra el machismo y el patriarcado.

En ese reino de las sombras, Santamaría ha ejercido una regencia omnímoda que le ha granjeado un sinfín de enemigos en su partido y que confirman ahora que tras su pose de aplicada funcionaria y colaboradora estajanovista se ocultaba una ambición desmesurada. La exvicepresidenta se ha manejado en las tinieblas como si fueran su medio natural, con la habilidad suficiente para asegurarse lealtades y mercadear con los susurros del poder, mientras eran otros los que se quemaban a lo bonzo en los fracasos y en los tumultos para que sus pestañas no resultaran chamuscadas por las llamas.

En esos casos era a Cospedal a quien correspondía encenderse como una antorcha y dar la cara en causas imposibles de finiquitos en diferido y latrocinios inocultables. La secretaria general del PP ha asumido el desgaste y ha encajado los golpes. ¿Mintió para salir del paso? Seguramente. Nadie le reconocerá jamás haber dado el tiro de gracia al extesorero de las patillas, con el que se ha tenido tiesas en los juzgados. Cospedal se ha abrasado por el PP mientras contemplaba como había quien arrojaba a la hoguera todo tipo de trastos, incluido a su marido como acelerante de la combustión.

Salvo sorpresa de última hora, dos mujeres lucharán por suceder a Rajoy, la estatua escapista. Sólo puede quedar una. Hagan sus apuestas.

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