Tierra de nadie

Buscando al enemigo

Como el bienestar común importa un pimiento y la felicidad es tan subjetiva y discutible que va por barrios, nuestros actores políticos siguen centrados en la búsqueda de enemigos para apaciguar sus propios demonios. Da igual que el enemigo exista o sea inventado porque, una vez construida, la amenaza es muy real y contribuye decisivamente a la cohesión interna. Visto así, el conflicto se convierte en una forma de vida o, mejor dicho, en la justificación de la propia existencia. Fijado el objetivo, se exagera su amenaza y, como es normal, el adversario responde y viene a demostrar lo justificado que estaba levantar la guardia y disponerse para el combate.

Este viene a ser el juego que unos y otros se traen a cuenta de la cuestión catalana, una peligrosa partida cuya dinámica ha entrado ya, después de las advertencias sobre un posible enfrentamiento civil, en el terreno de las profecías autocumplidas. De la guerra de las banderas disputada en los balcones, se ha pasado a la de los lazos, que se libra en las calles, un lugar más propicio para que la disputa acabe a mamporros y los contendientes se carguen de razón ante los suyos, ya sea para demostrar lo fascista que puede ser el españolismo o lo traidores que son los independentistas, siempre dispuestos a saltarse la ley y proclamar la república al menor descuido.

Peones en el tablero son muchos ciudadanos que se han adscrito con fervor a alguno de los bandos y que han reservado sitio en las trincheras, convencidos de que ha llegado el momento de dar el paso al frente aunque sus abanderados practiquen eso de nadar y guardar la ropa, amaguen y no den, mientras esperan, no ya que otros saquen las castañas del fuego, sino que el fuego prenda y la convivencia se transforme en una gigantesca barbacoa. Golpeando pedernales tratan de generar la chispa en medio de un polvorín que ellos mismos han acumulado. Si la explosión llegara a producirse justificarían sus augurios, no sin antes ponerse a cubierto para que nada les salpique o, en el colmo del cinismo, disponiéndose a actuar como bomberos.

Nada hay por el momento en el contencioso catalán que justifique reeditar la intervención estatal como exigen PP y Ciudadanos, como tampoco parece que sea normal que desde la Generalitat se llame a atacar ahora a un Estado que se ha mostrado dispuesto a resolver viejas rencillas económicas y competenciales. El enfriamiento de la tensión es un contratiempo para quienes necesitan soldar su fractura interna antes de que se torne en la falla de San Andrés y para los que buscan en el exterior el alivio a sus males académicos o demoscópicos.

El resultado de este calentamiento artificial es impredecible porque hace tiempo que las pasiones arrinconaron a la razón contra las cuerdas. Son muchos los dispuestos a avivar las llamas desde la insensatez ideológica o por puro interés mercantilista, ajenos a los costes personales y sociales que ya se están pagando. Cuando se hayan liberado fuerzas que se presumen incontenibles será tarde para pedir cuentas a tanto loco.

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