Tierra de nadie

Ayuntamiento busca emperador con experiencia

Intentar ser alcalde está tan caro que ya no basta con conocer el municipio, tener alguna idea para mejorar la vida de los ciudadanos, ser honesto y buen gestor y rodearse de personas honorables y capaces.  En Barcelona, por ejemplo, el listón se ha puesto tan alto que hasta un ex primer ministro de Francia se ha postulado para el cargo, lo que da idea de que los requisitos se han vuelto imposibles, casi más que para trabajar en una centralita, y si uno no  puede acreditar un pasado como gran duque o canciller lo mejor es no intentarlo siquiera.

El sí de Manuel Valls a lanzarse a la conquista de las Ramblas es la culminación de dos fracasos. El primero, el de Albert Rivera, que intentó apropiarse de la idea, que no era suya sino de Sociedad Civil Catalana, y luego del candidato, al que pretendía colocar bajos sus siglas. Valls, que tiene más tiros dados que un cetme, ha conseguido justamente lo contrario: que Ciudadanos renuncie a su marca y se ponga a su servicio. El segundo fiasco tiene que ver con la candidatura en sí, que jugaba a erigirse como un frente constitucionalista y que tendrá que conformarse con ser la plataforma personal del independiente Valls y sus amigos "transversales" después de que el PSC y el PP hayan declinado la oferta de sumarse al invento.

Con los llamados independientes se está produciendo un fenómeno curioso que tiene mucho que ver con un tercer fracaso, el de los partidos, incapaces de encontrar entre sus filas alguien que les represente. De simples adornos para alegrar la vista de los electores o de los gobernados han pasado a ser el plato fuerte del menú, personas que se supone que trascienden el interés partidista para velar por el interés general y que, por su propia condición, no rinden cuentas a nadie salvo a sí mismos. Puede que la ganancia conseguida no sea arrendable.

Valls ha amado tanto a Francia y a sus salarios públicos que hasta la próxima semana no dimitirá como concejal de Évry y diputado de la Asamblea Nacional. Pero ahora que tiene claras sus preferencias sentimentales ha prometido que se quedará en Barcelona, pase lo que pase, porque es un acto de fe y una opción de vida. Ni siquiera se ha empeñado en demostrar que no será el candidato de los ricos, aunque no se descarta que en algún momento le dé por pisar los barrios tras haber mostrado sus credenciales y el número de la cuenta corriente de su campaña a la alta burguesía barcelonesa.

Sea como fuere, la irrupción de Vallas ha agitado la plaza. A falta de exjefes de Gobierno en paro, a algunos de sus adversarios les ha dado por otro imposible: buscar un nuevo Pasqual Maragall. ERC, que lo tenía más fácil, ha encontrado disponible a su hermano Ernest y no ha dudo en mandar al banquillo a Alfred Bosch porque no daba la talla ni el apellido. A los de Puigdemont les gustaba Ernest, pero una vez frustrada su idea de candidatura única independentista, se ha fijado en Ferran Mascarell por si de su cercanía al exalcalde y expresident de la Generalitat se le pegó algo. El PSC se debate entre mantener a Collboni o buscar algo más maragalliano en su fondo de armario. Además del PP por razones obvias, la única vacunada del virus parece ser Ada Colau, que echa cuentas sobre sus posibilidades en ese revuelto río de peces tan rutilantes.

El propio Valls ha empezado a rodearse de viejos colaboradores del artífice de Barcelona 92 y hasta planea proponer a la ciudad como sede de unos Juegos Olímpicos de invierno. Lo de exministro del Interior de Francia y ex primer ministro nunca se lo quitará nadie, como nadie le quitará la vergüenza de haber detenido a una niña gitana de 15 años en una excursión con sus compañeros de clases y sus profesores para deportarla luego a Kosovo. No, Valls nunca podrá ser Maragall por mucho que lo intente.

Barcelona no debe ser el "antídoto contra el populismo" como proclamaba Valls, una nueva pica en Flandes del independentismo o un bastión de los constitucionalistas más tabarnianos. Albiol, que en su desbordante huerto de coles alguna vez encuentra una lechuga, lo ha explicado bien en referencia a Valls pero aplicable a cualquiera: "Quien piense que un ayuntamiento es para seguir con el debate identitario se equivoca. Un ayuntamiento es para gestionar los problemas reales de los vecinos". A veces la sensatez se esconde en lugares increíbles.

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