Tierra de nadie

La cabra tira a la plaza de Oriente

Tras buscar, comparar y no encontrar nada mejor, los familiares de Franco han decidido que si el desahucio del Valle de los Caídos se torna imparable se impone llevar al abuelo a la cripta de la catedral de La Almudena, un sitio fresco, céntrico  y a tiro de piedra de esa plaza de Oriente en la que el finado, prácticamente del brazo de los hoy eméritos, denunció otro 1 de octubre la conspiración judeo-masónica internacional y un par de contubernios más que se le pasaron por la cabeza.

El rojerío, que es muy puñetero, se ha puesto legalista, y después de estudiar el Derecho Canónico surgido del Concilio Vaticano II ha recordado que los enterramientos en las Iglesias están prohibidos salvo que se trate del Papa, de los cardenales o los obispos, que como todo el mundo puede entender gozan de enchufe y nunca han pagado su nicho al Ocaso o a Santa Lucía. Se piensa además que colocar al dictador bajito en pleno corazón de Madrid haría de su tumba un lugar de peregrinación de nostálgicos, fascistas o las dos cosas a la vez, sin los inconvenientes de Cuelgamuros que está muy lejos para ir en silla de ruedas y es muy frío a finales de noviembre.

No parece extraño que esa misma Iglesia que hizo una cruzada de la Guerra Civil, a la que consideraba un conflicto entre la España y la antiEspaña, entre la civilización cristiana y la barbarie, y que veía incienso en los humeantes cañones de los golpistas, acepte ahora la momia de quien tantos beneficios le reportó, casi tantos como Aznar con las inmatriculaciones y al que en justicia habría que facilitarle un trato similar cuando lo necesite.

Exhumar a Franco de su mausoleo era un imperativo moral, pero no tanto por la glorificación del personaje, que también, sino por la ignominia de verle compartir espacio con los huesos de quienes masacró y que fue apilando en una gruta como quien compra libros al peso para llenar una estantería.

Lo preocupante no es que la cripta de la catedral se convierta en un mojón de referencia para el fascismo, en cualquiera de las acepciones del diccionario, sino su pervivencia ideológica, y tampoco viene mal poder hacer recuento una vez al año y comprobar si el fenómeno engorda o adelgaza, si es un grano purulento o un cáncer con metástasis. En definitiva, Franco podría seguir prestando un gran servicio como escáner de precisión de la vieja ultraderecha, porque la nueva sigue usando gomina pero se ha desprendido de bastante caspa.

Visto así el asunto, eran innecesarias las justificaciones del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, que ya preparaba vendas antes de las heridas cuando explicaba que haría lo que la familia le pidiera, obligado porque se trataba de un cristiano y un bautizado y porque, eso no lo dijo, la Iglesia ha debido de recibir ya el importe de la sepultura perpetua, que tiene el metro cuadrado en la cripta más caro que el de las tiendas de moda de la calle Serrano. No pretendamos dar a la Iglesia lecciones sobre Derecho Canónico ni a Noé de la lluvia. Todo sea por la reconciliación entre españoles y por esos donativos obligatorios que se pagarán a la entrada.

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