Tierra de nadie

Cambiar el mundo

Mientras aquí planeamos hacer obligatorio el registro de la jornada de trabajo para evitar abusos y acabar con el fraude de las horas extras, el fundador de Tesla, Elon Musk, volvía a contarnos el cuento de que nadie ha cambiado el mundo trabajando 40 horas a la semana, objetivo que, en su opinión, requiere dedicar el doble de tiempo como norma general y, ocasionalmente, el triple.  De no haber entregado su vida a esta noble tarea, el sudafricano sería el candidato ideal a empleado del mes de Mercadona y el orgullo de ese enamorado de los bazares chinos llamado Juan Roig.

No está muy claro que el mundo se cambie echándole horas o si para conseguirlo haya que ser lo suficientemente friki como para mandar al espacio un descapotable rojo con un maniquí al volante. De hecho, uno tiende a desconfiar de quienes se fijan metas semejantes ya que suelen intentarlo contra la inmensa mayoría o a su costa. Tareas como colonizar el sistema solar son empeños de ricos, gente con mucho tiempo libre que dedicar al trabajo. El resto se conforma con cumplir sus rácanos horarios e ir los fines de semana a ver los partidos de los niños a ver si suena la flauta y alguno de ellos cambia el mundo del fútbol a patadas.

Ni siquiera está muy claro que cambiar el mundo sea siempre bueno. Un astrofísico estadounidense, Michael H. Hart, que también debía de tener tiempo libre,  elaboró a finales de los años 70 del siglo pasado un ranking de las 100 personas más influyentes de la historia, aquellos cuyos actos tuvieron suficiente repercusión a escala mundial. Entre ellos, junto a Mahoma o Jesucristo, al lado de inventores, científicos, filósofos, políticos o militares, incluía a los grandes genocidas del planeta, que si no lograron cambiar el mundo sí contribuyeron, al menos, a dejarlo irreconocible, asunto en el que se emplearon con pasión estajanovista.

En el puesto 65 de la lista cita a Isabel la Católica, santa y seña de Vox y de su líder Santiago Abascal, que no viene a cambiar el mundo pero sí a darle a España la vuelta como un calcetín con otra Reconquista en la que venzamos definitivamente al Islam y el 16 de julio sea fiesta en conmemoración de la victoria en las Navas de Tolosa. Los españoles disfrutaremos así de otro puente porque el 18 de julio también será festivo y eso sí que es innegociable.

Los políticos, por lo general, son muy dados a cambiar el mundo, y no se descalzan por menos de un par de páginas en las enciclopedias. Siguiendo la estela de Musk, lo que se lleva ahora es acabar con el calentamiento del planeta, noble misión donde las haya que sólo puede aplaudirse al compás, como en un cuadro flamenco. Hay consenso en que para lograrlo hay que empezar subiendo los impuestos al diesel, que es el combustible que suelen emplear los que sólo dedican ocho horas al trabajo.

En España la cosa no ha pasado de comentarios de bar salpimentados de blasfemias, pero en Francia ha dado lugar a una revuelta de chalecos amarillos, un movimiento espontáneo al que algunos miran con recelo por tener fascistas infiltrados pero del que mayoritariamente forman parte personas sin adscripción o de todas las adscripciones, esencialmente clase media o baja, que son los que usan forzosamente coches de mierda porque no pueden pagarse los teslas de Musk. ¿Están en contra de que Macron quiera cambiar el mundo? No, sólo de que sean siempre los mismos los que paguen la fiesta.

Visto el mundo como un cuadro inacabado, mentiría quien dijese que no le gustaría dar alguna pincelada aunque fuera al descuido, sin querer ser Goya o Velázquez 120 horas a la semana. Para ello, basta con ser algo más humanos, que no es poco, y nos permitiría, además, sumar como tiempo de trabajo las ocho horas de sueño. La humanidad no es el envoltorio que nos distingue de otras especies. No se limita a la epidermis que nos hace reconocibles en los álbumes de fotos. Es la empatía que nos permite comprender al otro y ponernos en el pellejo de los que ni siquiera aspiran a cambiar su destino y se conforman con no empeorarlo, de los que no quieren llegar a Marte sino a final de mes, de los inmigrantes que huyen del hambre y hasta de esos independentistas catalanes tan insurrectos. Del puente de julio, por cierto, pasamos olímpicamente.

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