Tierra de nadie

Un Gobierno de armas tomar

Después de echar las cuentas, resulta que entre pitos y flautas, entre fragatas, blindados, helicópteros, submarinos, satélites y tuneo de cazas, el Gobierno ha comprometido en sus seis meses de vida gastos militares cercanos a los 13.000 millones de euros, que pagaremos en cómodos plazos hasta más allá de 2030. Esta exhibición de visa se produce después de que el emperador del flequillo exigiera a los miembros de la OTAN multiplicar su gasto en Defensa, les llamara morosos y les afeara su tacañería armamentística.

Con el tema del Ejército mantenemos una palpable esquizofrenia ya que, por un lado, a pacifistas no nos gana nadie, pero por otro reaccionamos muy indignados cuando en esas misiones de paz en las que participa España, que en realidad son de guerra, mueren soldados porque se mantienen en funcionamiento los mismos pertrechos con los que hizo la mili el rey de bastos.

Elevar los gastos en Defensa nunca fue popular y los sucesivos Gobiernos adoptaron como costumbre disfrazar las partidas, de manera que la parte del león de la factura figuraba presupuestariamente como inversiones en I+D, lo que además permitía dar la impresión de que impulsábamos la ciencia y la tecnología como si nos importara el progreso. Para completar la farsa, convertimos a los soldados en personal de una ONG vestidos de caqui, de manera que se hablaba de amor cuando se trataba de sexo y de misiones humanitarias en vez de invasiones, tal que en Irak, cuando se vendió la burra de que las tropas se habían desplazado en zonas hortofrutícolas del país y muchos debieron de pensar que iban a recoger tomates.

Esa misma esquizofrenia a la que antes se aludía permitía, por ejemplo, aspirar a sentar a España en la mesa del G-8 con un gasto ridículo en Defensa, que durante mucho tiempo fue el 20% de lo que dedicaba Francia o Reino Unido. Aunque nadie nos preguntó nunca si estábamos de acuerdo, el sueño de algunos presidentes –léase Aznar pero también Zapatero- de que España fuera una potencia tenida en cuenta en el panorama internacional se compadecía poco con esa austeridad en lo militar, lo que hizo que la fantasía durara poco, no sin antes darnos el gusto de enviar a nuestro estadista con bigote a una reunión de los grandes para que rayara con sus zapatos la mesa de caoba.

Así que la hipoteca que ahora contraemos puede ser entendida como una claudicación ante Trump, como una muestra del belicismo oculto de Pedro Sánchez y de la ministra Robles, que ya sabíamos que era una mujer de armas tomar, o como una manera de poner el Ejército al día por tierra, aire y quizás por mar si logramos que no se nos hundan los submarinos S-80 por obesos.

¿El lado bueno del desembolso? Pues que dará trabajo a los astilleros de Navantia y a las fábricas de Santa Bárbara, Indra o Airbus, porque la militar, aunque nos pese, también es una industria de la que viven miles de personas. ¿El malo? Que se nos ocurren mil maneras mejores de gastar 13.000 millones en vez de coleccionar juguetes de guerra. Suena mal decirlo pero, salvo que decidamos abolir las Fuerzas Armadas y sumarnos a países como Andorra, Palaos, Samoa o Kiribati, habrá que seguir alimentando al monstruo aunque nos pese.

 

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