Tierra de nadie

El ‘ménage à trois’ de Rivera

Imposible no es sólo una opinión, aunque Ciudadanos mantenga lo contrario por inspiración de Paolo Coelho, su mercachifle de cabecera. Lo inalcanzable no es una frontera sino la capital de un vasto territorio llamado ‘No se puede’. Es el país de los que quieren estar en misa y repicando y de los que pretenden soplar y sorber la sopa al mismo tiempo. Es la patria de los que intentan ser algo que no son y a los que las circunstancias suelen dejar desnudos y a la intemperie.

Los de Rivera jugaban a ser una fuerza capaz de alzarse "entre rojos y azules", a ser una bisagra perfecta que el tiempo ha demostrado mal aceitada por su tendencia a abrirse en una sola dirección. Lo de Ciudadanos no era centrismo sino taoísmo, el agua que podía ser vaso o botella indistintamente en función de algo tan prosaico como el pragmatismo. Lo importante no eran los principios sino la estrategia, un tacticismo que, sin permitir que el olvido hiciera su trabajo, les llevaba a negociar un día a Pedro Sánchez, a pactar al siguiente con Rajoy, a sostener al PP en Murcia o en Madrid o a ser el báculo de Susana Díaz durante tres años en Andalucía. Era cuestión de cintura.

Precisamente en Andalucía es donde se ha manifestado el problema. Su bamboleante centro ha tenido que escorarse tanto a la derecha que ha terminado por romper el mecanismo del tentempié. Del abrazo de Vox, que será de ultraderecha pero sabe de matemáticas, ya no podrán zafarse por mucho que se intente negar el ménagecon el argumento de que en la cama sólo estaban dos y que Abascal se les coló entre las sábanas en un descuido. Al trilero se le ha visto la bolita.

Quedar retratado como una de las patas del nuevo frente de derechas es un grave inconveniente porque, a partir de ahora, les será imposible estar al plato y a las tajadas, compartir mantel con Vox y dedicarse a pescar votos en el río del PSOE, del que se alimentó durante un tiempo hasta que escasearon las truchas y tuvo que echar las redes en el caladero del PP.

El primero en sufrir las consecuencias ha sido Manuel Valls, que ve cercenadas de cuajo sus posibilidades de ser profeta en su tierra  con acento francés. Ha dicho Valls que cualquier pacto con Vox es un error y que es mejor perder votos o, incluso, el Gobierno –se supone que el andaluz- antes que traicionar las propias convicciones. A lo que no se ha atrevido es a plantarse ante Rivera, que al fin y al cabo es el que le paga la fiesta en Barcelona, y se ha dirigido al PSOE para que se abstenga y deje gobernar al PP. Es decir, que sean los socialistas los que eviten legitimar a la extrema derecha mientras PP y Ciudadanos se reparten la Junta de Andalucía. Otro imposible.

El gran beneficiado de este suicidio ideológico es obviamente Pablo Casado, que nunca renegará de Vox porque la siente como una de sus extremidades, y que ve cumplido en tiempo récord el sueño aznariano de unificar a la derecha pegando sus tres trozos con cola de contacto. Si el pegamento aguanta el tiempo suficiente ya no habrá manera de distinguir el jarrón recompuesto de uno recién salido del Todo a un euro.

También lo será el PSOE  si es capaz de jugar bien sus cartas y reconquistar el espacio que Ciudadanos le había arrebatado sin descuidar su flanco izquierdo. Es lo que le brinda a Sánchez la victoriosa derrota en Andalucía, además de quitarle de en medio a SultanaDíaz, un dolor de cabeza y, sobre todo, de estómago, a la que más temprano que tarde intentará mostrar la puerta de salida pese a lo improbable de que entienda la indirecta.

Lo decía Aristóteles en su Metafísica: es imposible que una misma cosa sea y no sea al mismo tiempo. Y eso es justamente lo que ha intentado Ciudadanos. No se puede ser a la vez de izquierdas y de derechas. No se puede ser de centro y bailar un tango con la ultraderecha. No se puede ser de extremo centro.

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