Tierra de nadie

Errejón tiene a la izquierda en vilo

Ocupadísimos en hacer valer el relato de que nadie echa a Iñigo Errejón sino que es él mismo quien se va, nadie en Podemos parece ser muy consciente de las implicaciones que el cisma puede tener para el partido, más allá de los hematomas y magulladuras que han sufrido algunos egos en la escaramuza. Siendo verdad que cuando el Perú se jode es muy difícil de arreglar, sorprende que no se haya alzado ninguna voz del oficialismo que proponga sorber varios tragos de orgullo por el bien de una organización que puede estar jugándose su futuro en cuatro meses.

A estas alturas es accesoria la insistencia en que Errejón es un desleal, que sus aspiraciones no son madrileñas sino nacionales y que el suyo ha sido un pulso ilegítimo aprovechándose de su capital simbólico para desbordar a la organización. También lo es presentar al todavía miembro de su dirección como una especie de Bonaparte que se ha autoproclamado emperador de su propio espacio y que ha disfrazado su acción de retórica democrática. Ambas partes tienen sus razones y cada cual es libre de elegir bando. Lo verdaderamente importante es decidir si Podemos puede permitirse el lujo de salir de las elecciones de mayo sin retener las alcaldías y los núcleos de poder autonómico que obtuvo hace cuatro años. Lo trascendental es resolver su dilema más profundo: ¿puede una fuerza basada casi exclusivamente en su masa electoral dejar que ésta se escurra entre sus dedos como el agua del grifo por una pelea interna?

Sólo desde la ingenuidad puede mantenerse que las consecuencias de la ruptura se circunscribirán a Madrid, donde al parecer se busca a la desesperada un candidato porque lo de Ramón Espinar no tiene un pase. Los efectos alcanzarán al conjunto del país y a las instituciones en las que los morados tienen representación, sobre las que se cierne la amenaza de una voladura descontrolada por la réplicas del terremoto, lo que hará inevitable que la factura se acabe pagando en las urnas. ¿Pasaría algo por ofrecer tablas en una partida que se sabe perdida de antemano? ¿Sería tan dramático aceptar a Errejón como candidato de compañía y no ventilar ahora una especie de Vistalegre IIII en el que todos pierden?

Mucha más conciencia del drama se tiene en el PSOE, que por esas cosas de la vida ha pasado de temer el sorpasso de los de Pablo Iglesias y desear su hundimiento a rezar para que salven los muebles de su previsible naufragio. La crisis de Podemos es un tiro en el pie de los socialistas, que ven peligrar las autonomías y consistorios que alcanzaron gracias a sus alianzas con las llamadas fuerzas del cambio y que haría imposible otras metas, tal que la presidencia de la Comunidad de Madrid, que es su gran apuesta de mayo.

El futuro podría verlo hasta Tezanos en los posos de su café de la mañana en el CIS. A diferencia de la derecha, cuya fragmentación parece no empujar a la abstención a sus votantes, la división de la izquierda deja a los suyos en casa. Es decir, lo que debería ser un trasvase de votos de Podemos en dirección al PSOE no se produce porque en algún momento se averiaron esos vasos comunicantes que sólo funcionaron hace años en la dirección contraria.

Quizás sólo IU contemple la realidad con otros ojos, no ya por alguna facultad innata para poner al mal tiempo mala cara sino por una extraña agudeza visual que le permite vislumbrar rayos de esperanza en la niebla más densa. Los de Garzón parecen convencidos de que el declive de sus socios de Podemos es irreversible y que en un plazo no superior a dos años habrá que afrontar una nueva refundación de la izquierda en condiciones bien distintas a las que se vieron obligados a aceptar en el ‘pacto de los botellines’.

Creen de entrada que habrá un cambio en la correlación de fuerzas y que el empequeñecimiento de Podemos sólo puede agrandarles per seo como resultado de acoger a determinados sectores que sintonizarían más con sus postulados. Están convencidos además de que el hecho de disponer de una organización estructurada les permitiría, incluso, a unas malas jugársela en solitario en unas elecciones. Que el transversal Errejón, su principal obstáculo en la relación con Podemos, fuera finalmente el protagonista de su resurrección confirmaría lo traviesa que es la justicia poética.

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