Tierra de nadie

Francia no se merece a Azaña ni a Machado

Sí, se debía haber pedido perdón mucho antes a los 600.000 españoles a los que la victoria franquista en la Guerra Civil empujó al mayor éxodo de la historia de nuestro país. Lo hizo este domingo Pedro Sánchez, el primer presidente en ejercicio en visitar las tumbas de Manuel Azaña y de Antonio Machado, para rendir homenaje a los maestros, obreros, campesinos, escritores, comerciantes, periodistas y médicos, representantes de todos los estamentos sociales, que pagaron con el destierro y muchos de ellos con sus vidas su lucha contra el fascismo. España exilió a su inteligencia, a su futuro, y redujo el solar de la patria a un páramo de militares y curas. En efecto, se les debía reconocimiento y algo más.

Quizás hubiera sido el momento también de pedir cuentas a una Francia miserable que internó a los republicanos que huían de las bombas en los campos de concentración de Argelès-sur-Mer, de Gurs, de Saint-Cyprien, de Barcarès o de Septfonds, donde se les hizo prisioneros, custodiados por efectivos de la Legión o por tropas senegalesas, y donde muchos murieron de hambre, de frío, de disentería, de tuberculosis o de tifus.

No olvidaremos nunca lo que hizo aquella Francia con nuestros mejores hijos para no molestar a Hitler. No olvidaremos jamás su cobardía ni las humillaciones a las que sometieron a quienes luego contribuyeron decisivamente a su liberación. No se pueden olvidar los abusos y la explotación, su indiferencia ante unos desheredados a los que trataron como ganado, como perros a los que se lanzaba chuscos de pan en un mar de brazos levantados.

También habría sido un buen momento para dar las gracias a México y a su presidente Lázaro Cárdenas, el hombre que abrió las puertas de su país a unos exiliados españoles que cruzaron el Atlántico en el Sinaia, en el Degrasse, en el Nyassa, en el Mexique y en tantos otros barcos fletados por su Gobierno. Su ayuda fue impagable. Facilitó que los refugiados obtuvieran en 48 horas la nacionalidad mexicana y que pudieran ejercer libremente sus profesiones en una nueva patria.

Gracias al convenio firmado por México con el Gobierno colaboracionista de Vichy miles de españoles pudieron abandonar la Francia ocupada, al tiempo que  lograban amparo muchos brigadistas internacionales y fugitivos de toda condición que huían del terror nazi. México creó refugios en Francia, puso en pie un sistema de salud formado por médicos españoles para auxiliar a los enfermos de los campos y llegó a alquilar un par de castillos, el de Rynard y el de Montgrand, para atender a los exiliados.

España debe eterno agradecimiento a Cárdenas y a sus hombres: al cónsul Gilberto Bosques, que llegó a ser detenido por la Gestapo y encarcelado dos años antes por su ayuda a la Resistencia; a Fernando Gamboa, el diplomático que organizó el traslado en barcos de los exiliados y que salvó la vida de escritores como José Bergamín, Emilio Prados o Josep Carner, de pintores como José Renau o Miguel Prieto o del músico Rodolfo Halffter, entre otros muchos; y al embajador Luis Ignacio Rodríguez Taboada.

Éste último fue quien ofreció protección personal a Azaña y quien declaró sedes de la embajada mexicana las habitaciones que el presidente y su familia ocuparon en el Hotel du Midi de Montauban. Le acompañó hasta su muerte. Cuando Petain prohibió que se le dieran honores de jefe de Estado y que su féretro fuera cubierto por la bandera de la República, Rodríguez Taboada se encaró al prefecto de Montauban con una frase que ha pasado a la historia: "Lo cubrirá la bandera de México. Para nosotros será un privilegio; para los republicanos españoles, una esperanza; y para ustedes una dolorosa lección".

Francia no merece acoger en su suelo a Azaña o a Machado ni a los que dejó morir a la intemperie. Paz, piedad y perdón, sí, pero olvido nunca.

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