Tierra de nadie

La izquierda en Madrid está maldita

Que ese rompeolas de todas las Españas que es Madrid lleve más de dos décadas siendo el rompecabezas de la izquierda no es un fruto de la fatalidad más testaruda ni del determinismo genético de sus habitantes. Obedece a una combinación de factores perfectamente explicables, aunque a veces haya que plantearse si será verdad que los madrileños recompensamos la corrupción y la desigualdad, amamos los atascos nocturnos y añoramos tanto a Esperanza Aguirre que, por eso, vamos a hacer presidenta a quien le escribía los tuits y alcalde de la capital a su delfín más aplicado.

Si Madrid es la maldición de las izquierdas es porque los partidos que componen ese bloque suelen hacer todo lo posible para estar en la oposición y habitualmente consiguen su propósito. No hay por tanto un solo culpable sino un ramillete y no existe un único motivo sino múltiples y encadenadas razones.

Si en el PSOE se hiciera un verdadero examen de conciencia, alguien tendría que preguntarse por qué aquí no ha soplado el viento de cola de las elecciones generales que ha impulsado sus resultados en otras comunidades, o qué ha hecho posible que en la capital se obtuviera la mitad del apoyo popular que el que se ha cosechado en el conjunto de la autonomía. Empezando por la segunda cuestión y como el fenómeno viene repitiéndose una y otra vez, habrá que concluir que designar a un alcaldable cuyos méritos personales nadie discute pero que carece de aval político más allá del de ser amigo del líder del partido es, siendo generosos, un colosal disparate.

En definitiva, primero, se elige a un señor, al que se le dan unos papeles para que los lea en los debates municipales, y se le arroja desde un avión con la esperanza de que al llegar al suelo sólo se haya torcido el tobillo. Con las mismas, se pretende que el otro candidato se haga con la presidencia de la Comunidad, pero no porque gane las elecciones sino porque sus adversarios las pierdan y sus aliados no se hundan. El resultado está a la vista: el peor resultado de la historia en Madrid capital y un calco de los de hace cuatro años en la autonomía, cuando se fue segundo a 11 escaños del PP.

Lo de los ‘aliados’ es para nota. Por si lo de evitar que la derecha se hiciera con la alcaldía de la ciudad era complicado, había que facilitarle el trabajo con una candidatura impulsada por IU y vista con simpatía por Pablo Iglesias, que es de los que ni olvidan ni perdonan. Había que tirar a la papelera cerca de 43.000 votos para demostrar que donde las dan las toman y que en eso de dividir hay en la izquierda especialistas consumados. De sobresaliente, vaya.

Con la otra división, la de la Comunidad, se pretendía algo similar. Había que castigar la deslealtad de Errejón y demostrar que no era nadie sin llevar detrás las siglas de Podemos. El escarnio ha sido de antología. El ‘traidor ha triplicado en votos a la candidata de Iglesias, que superó por poco la barrera del 5% y a punto estuvo de quedarse sin representación. Mientras Podemos se hundía en todas las comunidades y perdía esas alcaldías del cambio de las que presumía, los datos de Madrid deberían propiciar otro exhaustivo examen de conciencia a quienes el tamaño de su ego no les suele permitir ver ni el bosque ni el jardín de su casa.

La suma de Más Madrid y de Podemos no sólo ha igualado en escaños a los que los asaltadores de cielos obtuvieron en 2015 (27) sino que ha tenido 60.000 votos más que entonces y, muy probablemente, de haber concurrido unidos a las elecciones, habría permitido que la izquierda se alzara con la Comunidad de Madrid y con el bastión de mando de la capital pese al PSOE. En apresurado resumen para los creyentes, Dios los cría y ellos se juntan, o mejor dicho, se escinden. ¡Vaya tropa!, que diría Romanones.

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