Tierra de nadie

Con el aliento de Vox en el cogote

Lo ocurrido con los Presupuestos de Andalucía, vetados primero por Vox y desbloqueados después casi al borde de la campana tras diversas concesiones más ideológicas que económicas, no es una anécdota más ni un episodio atribuible a la irascibilidad de un partido asilvestrado en proceso de domesticación institucional. Más bien es el avance de lo que sus socios de la derecha han de esperar de quien tendrá la sartén por el mango en las autonomías y municipios en los que formarán trío. Como puede suponerse, lidiar con esta gente a base de mano izquierda sería irónico y contraproducente.

Suele afirmarse que la izquierda tiende a mirar a la derecha por encima del hombro porque se siente moralmente superior. Sin embargo, parece demostrarse que la arrogancia va por barrios y que pensar, como parece que hacen Casado y Rivera, que la extrema derecha se acomodará al papel de cooperador necesario sin más exigencias es no haber entendido nada del asalto a las instituciones que Vox está consumando con la inestimable ayuda de esos conmilitones suyos tan despreocupados.

La ultraderecha española puede parecer rupestre y, por medieval, extemporánea, pero de tonta no tiene un pelo. Exigirán consejerías y puestos si les conviene o se conformarán con formar parte del acuerdo a cambio de una foto, porque su pretensión no es tanto estar como ser, es decir, convertirse en una presencia permanente, en un virus contagioso y reaccionario que infectará lo que toque, desde el lenguaje –violencia intrafamiliar, dictadura de género...- a las políticas. Su gran mérito será el de presentarse como una fuerza imprescindible, una especie de horcas caudinas bajo las que hay que pasar de forma humillante y sumisa.

El propio Abascal, que no es una lumbrera pero que puede presumir de ser el tuerto en el país de los ciegos, lo explicaba hoy mismo en una entrevista en La Razón: "Estamos siendo tan prudentes que ni siquiera estamos poniendo encima de la mesa cuestiones ideológicas o programáticas que sepamos van a ser un conflicto imposible de solventar entre PP, Cs y Vox". No se trata por tanto de huevos sino de fueros, dicho sea respetuosamente. La cuestión no es que se les vea sino que se les oiga; es decir, que se sienta su aliento en el cogote.

Permitir que este partido -que en las generales obtuvo un 10% de los votos pero que en el cómputo global de las elecciones locales alcanzó poco más del 3,5%- tenga el botón nuclear en determinados enclaves es una gloriosa estupidez, un desatino que no es justificable por mucho que sirva para enmascarar decepciones o aparentar resurgimientos. Con todo el disimulo que le ha sido posible, la ‘derechita veleta’ ha aceptado el chantaje. Se ha resignado al ridículo nacional de los cafés clandestinos en hoteles y al descrédito internacional por blanquear a la ultraderecha, como si fuera la ordalía que ha de afrontar antes de consumar ese sorpasso que nunca llega. Pero ni el PP, que suele presentar a Vox como la extremidad amputada que más temprano que tarde suturará a la altura de su pelvis, debería sentirse cómodo ante el trágala de este hijo pródigo tan cabroncete.

Como se decía, el sobresalto que las dos derechas han tenido con Vox en Andalucía no será un hecho aislado. En la entrevista antes mencionada, Abascal advertía de lo que sus socios pueden esperarse en la ciudad de Madrid si se les mantiene al margen de las negociaciones. "Los votantes de Cs no entenderán que Carmena sea alcaldesa y agradecerán a Vox que siga con la mano tendida para una moción de censura contra ella si este sábado vuelve a ser reelegida". El que avisa no es traidor, aunque facha sea un rato.

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