Tierra de nadie

ERC no quiere pájaros pero sí peces

La mejor forma de que todo el mundo sepa lo que haces es organizar una reunión secreta como la que este lunes protagonizaron el ministro José Luis Ábalos y el portavoz parlamentario de ERC, Gabriel Rufián, dicen que preparatoria del encuentro formal de hoy en el que socialistas y republicanos han de despejar si la investidura de Pedro Sánchez está madura o entre cruda y poco hecha. De lo que pase este martes está pendiente hasta el jefe del Estado, que afronta sus dos días de trabajo por legislatura con la incógnita de si merecerá la pena el sacrificio de que una veintena de políticos te pongan perdidas las alfombras de Zarzuela sin garantía alguna de que al final elijan al candidato que propones como presidente.

Lo primero que cabe deducir de la cita clandestina es que existe voluntad de llegar a un acuerdo, que en el PSOE se daba por hecho y que los republicanos enfriaron con hielo hasta el próximo año, pendientes de un endiablado calendario en el que se irá conociendo si la Justicia española inhabilita a Torra, si la europea concede la inmunidad a Oriol Junqueras y anticipa la de Puigdemont, además de la situación penitenciaria de los encarcelados por el procés, a los que hay que clasificar en segundo grado o en régimen de semilibertad, con el congreso de ERC en vísperas de la lotería de Navidad. Demasiados condicionantes en el horizonte para que de hoy salgo algo definitivo.

No es posible, por tanto, vender la piel de un oso que sigue devorando miel aunque nada impide diseñar la alfombra. Hay tantos intereses entrelazados que el desacuerdo no parece ser una opción. No es sólo la investidura y la futura comisión negociadora entre el Estado y la Generalitat, que bien podría salir de un acuerdo del Congreso que obligará a JxCat a definirse. También están en juego los presupuestos del Estado, los de la Generalitat, y los del Ayuntamiento de Barcelona, con unas elecciones catalanas en el horizonte que ERC aspira a ganar sin empañar sus expectativas con una abstención que le acarree acusaciones de traición a la causa independentista desde sus propias filas y, sobre todo, desde Waterloo.

ERC necesita tener muy claro que garantizar la gobernabilidad de España no le acarreará ulteriores perjuicios o, al menos, han de poder afrontar el desgaste exhibiendo manzanas en el cesto, porque una cosa es que se haya acabado la política pujoliana del pájaro en mano y otra muy distinta que te tomen por el tonto útil con inocentada incluida. Y ello pasa por diseñar la comisión negociadora entre Gobiernos, cuyos avances, si es que se producen, pudieran necesitar ser refrendados por una mayoría parlamentaria reforzada que la derecha hará imposible, pero, sobre todo, por tener alguna garantía de que la solución que se dé a los presos, tal que el tercer grado, no será abortada por el mismo Tribunal Supremo que les condenó, lo que sucedería si la Fiscalía recurre su excarcelación.

Lo que se pide a ERC es un sacrificio o un acto de fe, pero no son desdeñables los réditos que podría obtener del acuerdo. ¿Que qué ganan los republicanos facilitando la investidura de Sánchez? De entrada, alejar el fantasma de unas terceras elecciones en las que el Gobierno cambiara de signo o que el PSOE vire hacia la gran coalición ante la inviabilidad de un pacto por su izquierda. A mayores, liberarse del yugo de Puigdemont y salir del bucle que asfixia a la política catalana.

Tras la inevitable fragmentación del independentismo, los de Junqueras aspiran a convertirse en el partido hegemónico en Cataluña y, en cierto modo, a desempeñar el mismo papel que en su día jugó Convergència. Ello requiere un cambio de alianzas y recuperar el eje izquierda-derecha con el concurso del PSC y de los Comuns, con los que tendrían necesariamente que intercambiar cromos, y uno de ellos es el Gobierno de España. Pescar peces implica mojarse más arriba de los muslos y soportar la sensación de frío con cara de póquer.

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