Tierra de nadie

Lo que tú digas, Pedro

De la nueva y estilizada figura de Susana Díaz cabe deducir que la ingestión de orgullo de manera cotidiana y en grandes cantidades tiene efectos muy saludables para el organismo. No se recordaba semejante ejercicio de humillación consciente que, como ya se anticipaba en el Levítico, consiste en obedecer la palabra de Dios, es decir de Pedro Sánchez, y vivir de conformidad con su voluntad en cada pequeño aspecto de la vida. Así, desposeída de sus poderes terrenales, la andaluza ha experimentado una metamorfosis mucho más radical que el Gregorio Samsa de Kafka. La altiva sultana de ayer es hoy el borreguito de Norit, lo que casi nunca garantiza escapar al horno de leña o acabar convertida en unas manoplas.

Díaz se ha propuesto agradar a ese Dios que habita aún en funciones en la Moncloa y no hay declaración pública en la que no se hinque de rodillas en señal de acatamiento. En sus últimas entrevistas, ha destilado baba en cantidades industriales, Que si Sánchez es el más generoso, que si su capacidad para el diálogo y el acuerdo no conoce límites, que sus negociaciones siempre lo son en el marco de la Constitución y en defensa de la igualdad de España y de los españoles... En fin, para comérsela con patatas.

Observar su adecuación a los vaivenes de la investidura ha sido tronchante. Cuando fracasaron los contactos con Podemos para formar Gobierno, se apresuró a afirmar que los de Iglesias nunca podrían formar parte del Consejo de Ministros porque era inaceptable que hubiera ministros a favor de la autodeterminación. Y cuando Sánchez e Iglesias suscribieron el pacto para la coalición, fue la primera en respaldarlo porque sus diez puntos eran buenos para el país y "el esfuerzo y el compromiso" de su alto y guapo secretario general harían posible salir del bloqueo político. ¿Lo de sentarse con independentistas de ERC y hasta con Bildu? Pues la muestra de que no se ha cerrado al diálogo con nadie, lo cual es muy positivo. Lo que tú digas, Pedro.

El caso es que a la costurera prodigiosa que en su día quiso ser Susana Díaz no le llega la blusa al cuerpo ante la posibilidad de acabar siendo depurada y no hay sacrificio al que no esté dispuesta para mantenerse en el machito y ser candidata en las próximas elecciones autonómicas. Tras rechazar algunas salidas dignas que se le han ofrecido, desde un puesto en las listas europeas a un escaño en el Senado, la encarnación del socialismo rociero está dispuesta a todo para obtener el perdón de sus pecados.

¿Que me tengo que cortar la mano derecha y fulminar a Mario Jiménez, el portavoz de la gestora que iba a enterrar a Sánchez cuando se creía que estaba muerto? Lo que tú digas, Pedro. ¿Que las listas de Andalucía en las generales las hace Ferraz y pone a quien le da la gana? Lo que tú digas, Pedro. ¿Que se acabó lo de colocar a los míos en la presidencia de las Diputaciones? Pídeme lo que quieras por esa linda boquita, Pedro.

Pedro, que es de los que ni olvidan ni perdonan y aún tiene grabado a fuego el "a este le quiero muerto hoy" con el que Díaz creyó sentenciarle en el comité federal del magnicidio, lleva meses distraído con su investidura, pero no tardará en apurar una cuenta atrás que comenzó con la pérdida de la Junta de Andalucía y que la sentencia de los ERE ha acelerado. ¿Candidatos para el relevo? Los que haga falta, desde la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, al exdelegado del Gobierno en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, pasando por el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, o por el diputado jienense Felipe Sicilia. Hoy corderito y mañana lechazo.

Entre tanto, la madre de Andalucía no quiere oír hablar de asados. Afirma que fuerzas le sobran y que tras consultar a muchísima gente, entre los que sin duda se encuentran su marido y Verónica Pérez, camarera de la señora y en tiempos ‘verúnica’ autoridad del partido, todos coinciden en que debe continuar para no dejar huérfano al territorio. Con el susanismo en desbandada, no hace falta ser muy listo para anticipar lo que responderá la militancia cuando se le pregunte. ¿Lo que tú digas, Pedro? En efecto.

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