Tierra de nadie

Ayuso contrata al elefante de la cacharrería

Se elogiaba aquí al despuntar el año a esos políticos capaces de iluminar con su estulticia la portada de la Feria de Abril y se hacía especial mención a Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y cuñada de la patria por excelencia. A diferencia de otros colegas veteranos procedentes del remoto Cretácico, Ayuso nos cayó del cielo directamente del Cretínico, y desde que su verbo se hizo carne y habitó entre nosotros ha venido salpimentándonos la existencia con sus gloriosos disparates. Lo que anticipaba entonces su ritmo de necedades era que, a poco que perseverara, no tardaría en convertirse en un referente mundial de la idiocracia.

Se confiaba en que Ayuso no se limitara a llegar y besar el santo sino que mantuviera el nivel de sus desbarros, pero, al parecer, la presidenta madrileña no se ha visto con fuerzas por sí sola y ha tenido que recurrir a Miguel Ángel Rodríguez como jefe de gabinete, del que espera que le proporcione munición suficiente para sus continuas salidas de pata de banco. En esta faceta, Rodríguez, la verdad sea dicha, tiene un currículo envidiable.

Por temor al exceso de original no se citan aquí todos los méritos acumulados por el personaje desde que Aznar lo apadrinara y lo pusiera a su servicio. Baste decir que sus demasías le costaron dos veces el puesto en aquellos tiempos en los que el estadista estaba viajando al centro desde el falangismo auténtico sin percatarse de lo a trasmano que le quedaba. Para Rodríguez nunca supuso un desdoro elaborar listas negras de periodistas, cambiar a su antojo la escaleta de los informativos de TVE, incurrir en la incompatibilidad manifiesta de fichar por una central de medios cuando cuatro meses antes controlaba toda la publicidad institucional del Ejecutivo o vivir del PP como un cura con tres parroquias, ya fuera colaborando con FAES, siendo regado con cientos de miles de euros del Canal de Isabel II para sus fracasados proyectos audiovisuales o defendiendo la causa, más a espada que a capa, en su carrusel de tertulias. De novelista no le fue bien pero como cuentista siempre lo ha bordado.

Reclutado como  consultor personal de su campaña en las autonómicas, Ayuso ha visto ahora en Rodríguez el ventrílocuo perfecto para hacerle mover los labios de dislate en dislate, aunque se engañaría si pensara en él como otro de los maquiavelitos que tan de moda se han puesto últimamente. Rodríguez no es un vendedor de mantas ni de crecepelo, necesitados de algo de sutileza para el oficio de embaucar a propios y extraños; lo suyo es más la carnaza y el insulto, la provocación más zafia. En uno de sus rifirrafes más sonados, la difunta María Antonia Iglesias le espetó a la cara que era un machista y un cabrón, pero no hay por qué creer todo lo que se dice.

Como por la cabeza de la presidenta bullen muchas ideas y un cocido madrileño, se hace difícil justificar racionalmente un nombramiento que ha sublevado a sus socios de coalición de Ciudadanos, especialmente al vicepresidente Ignacio Aguado, que no le perdona que acusara a su padre de llevarse por la jeró un contrato de 102.000 euros de la Asamblea de Madrid. Aguado, que al enterarse debió de montar este martes la de San Quintín en la reunión del Ejecutivo regional, se saltó el deber de secreto de las deliberaciones del Consejo de Gobierno y se hubiera saltado la muralla china a poco que le azuzaran. En Vox, la tercera pata del trifachito, tampoco debe reinar el alborozo después de que Espinosa de los Monteros y Rodríguez, el "imbécil" y el "borracho", se las tuvieran tiesas en Twitter.

Hay quien apunta que el matonismo de Rodríguez, MAR en acróstico, reforzará el discurso liberal de Ayuso al tiempo que se destaca su labor de asesoramiento previo a las elecciones, que si para algo resultó fundamental fue para que las perdiera. A los chicos de Telemadrid, entre tanto, no les llega la camisa al cuerpo porque eso de que una televisión pública vaya por libre no entra en los esquemas mentales del liberalismo castizo. Ayuso ya tiene a sueldo al elefante de la cacharrería. Sólo cabe esperar orden y concierto.

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