Tierra de nadie

La pantorrilla de Ábalos

Algunos ministros de Transporte –antes de Fomento- manifiestan una irresistible querencia a mantener citas, encuentros o reuniones, que no se sabe bien ya qué término emplear, de naturaleza bastante estrafalaria. Le ocurrió a José Blanco cuando recogió a un empresario en una gasolinera y luego fue acusado por el nota de recibir 200.000 euros para que mediara a su favor en varios proyectos, y ahora le ha pasado a José Luis Ábalos, al que se le exige la dimisión por verse en el aeropuerto de Madrid con la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, que tiene prohibida la entrada y el tránsito en países de la Unión Europea.

Tras varias versiones sobre lo ocurrido no acaba de estar claro qué demonios pintaba a pie de pista el ministro, que mantiene que sus oficios a bordo de la aeronave impidieron la crisis diplomática que habría supuesto tener que deportar a la número dos de Nicolás Maduro si esta hubiese puesto un pie en territorio español, tal y como parecía ser su intención.

El caso es que Ábalos no ha estado nada convincente con sus explicaciones de que había ido a recibir a su amigo y homólogo en Turismo en Venezuela (que sería muy amigo pero no le dijo que con él viajaba la señora Delcy), y que, como pasaba por allí, su colega Marlaska le pidió que se informara sobre las intenciones de la vicepresidenta venezolana, algo que asegura que hizo tras aceptar subir al avión y presentar sus respetos a Rodríguez en un prolongado saludo de 25 minutos, que pudo ser un encuentro pero nunca una reunión porque para eso, en su opinión, hay que hablar de algo que no fuera del tiempo o de las sanciones europeas. Un carajal del quince que, a priori, resulta incomprensible si es verdad que Venezuela informó con antelación a la embajada española en Caracas del viaje, del avión y de sus ocupantes.

Como se ha dicho, el del PSOE no ha estado fino en sus aclaraciones, aunque, precisamente por lo disparatado del suceso, conviene darle el beneficio de la duda. Es absurdo sugerir que quiso pasar desapercibido yendo a Barajas en un coche particular, habida cuenta de que sin máscara y a cara descubierta Ábalos es perfectamente reconocible hasta para las madres, y más aún sostener que en la cita se trataron asuntos turbios, sobre todo desde que la invención del móvil y de las videollamadas hacen innecesaria la presencia física de los interlocutores para todo tipo de contubernios. En cualquier caso, es evidente que algo se gestionó mal y que, si el de Transportes sólo fue el bombero del incendio, ha terminado con quemaduras de primer grado.

Respecto a Venezuela se han hecho, en efecto, muchas cosas mal, empezando por el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela, protagonista o marioneta de un golpe de Estado auspiciado por Estados Unidos en el que, por primera vez en la historia de los golpes, se alteró el orden de los factores y se antepuso el reconocimiento internacional al hecho consumado de la toma del poder. La prueba es que un año después Nicolás Maduro se mantiene en Miraflores y Guaidó sigue haciendo de muñeco de guiñol.

En vez de defender una posición diferenciada, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se sumó, y hasta promovió entre sus pares europeos, el reconocimiento a Guaidó, ejerciendo de comparsa de los planes estadounidenses sobre su patio trasero. Dicha posición diferenciada no tenía por qué implicar equidistancia ni significar la legitimación de Maduro recurriendo a la socorrida no injerencia en los asuntos internos de otros, ya que es verdad que con la pauperización a la que ha sometido a Venezuela no se puede ser indiferente. Lo correcto hubiera sido actuar como lo hizo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, aunque sólo fuera por los intereses empresariales españoles en el país, por lo nutrido de la colonia de compatriotas que allí residen y para mantener el papel de interlocutor privilegiado en Iberoamérica y no el de chico de los recados de Washington.

En aquel momento se preguntaba aquí mismo en qué situación quedaría el Gobierno español si Maduro era capaz de resistir el embate y continuar en la presidencia. La respuesta ha llegado. Sea o no por la presencia de Podemos en el Ejecutivo, que es lo que la derecha le reprocha, o por el convencimiento de que auspiciar una salida democrática en Venezuela no pasa por persistir en el golpe de Estado, se quiere corregir el tiro. Y de ahí lo de evitar que Sánchez reciba a Guaidó o lo que hubiera sido peor: la detención de la vicepresidenta de Venezuela. Lo que ha pasado al intentar corregir el tiro es que Ábalos se ha disparado en el pie y la oposición, que huele la sangre, le está devorando la pantorrilla.

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