Tierra de nadie

Infectados de imbecilidad

Mucho más contagiosa que el coronavirus chino es la estupidez humana, una pandemia incontrolable que, sin presentar síntomas, es capaz de extenderse a toda leche por vía área, marítima y terrestre. Culpan a los medios de propagar el pánico sobre esta nueva versión de la fiebre amarilla con sus ‘reporteros de guerra’ enmascarillados en la zona cero del bichito y sus constantes balances de infectados, pero de nada valdría la mecha sin esa pólvora que somos todos y nuestra disposición a estallar con la chispa adecuada. Ya decía Einstein que dudaba de la infinitud del universo pero que de la estulticia de nuestra especie estaba completamente seguro.

Ni va uno a quitar trascendencia al brote vírico que nos tiene pendientes de los telediarios por si se confirma un caso en Móstoles o en Peñaranda de Bracamonte, ni merece la pena el esfuerzo de explicar que lo que de verdad  mata a la gente en cantidades industriales son las guerras, el hambre y, por supuesto, la gripe común, que bien podría ser la responsable de hasta 20.000 fallecimientos al año en España si se diagnosticara como detonante de otras patologías que sí cuentan para las estadísticas. Hoy lo que nos aterra es que nos estornude un chino en el metro porque muy probablemente haya desayunado murciélago con cereales y haya firmado a lo tonto nuestra sentencia de muerte.

Los europeos somos muy dados al etnocentrismo, que es la fuente principal de la xenofobia, y tendemos a pensar que la culpa de las epidemias que nos acechan siempre es de los otros, hasta el punto de que nos hemos pasado cinco siglos atribuyendo a los pobladores del Nuevo Mundo la propagación de la sífilis vía hermanos Pinzones, que eran unos marineros, cuando, en realidad, esta venérea ya habitaba entre nosotros disfrazada de lepra. Así que responsabilizamos a los africanos, que por algo son negros, del ébola o del sida, y a los asiáticos, amarillos todos, de estos nuevos virus, y si nos apuran encontraríamos un origen extranjero a la viruela, el sarampión o a la peste bubónica, que sería atribuible a algunas ratas inmigrantes porque las nuestras eran limpias a más no poder.

Frutos inevitables de esa estupidez que galopa desbocada a lomos de nuestra ignorancia más supina son las aclaraciones con las que la Organización Mundial de la Salud intenta desmentir los bulos que ya circulan por las autopistas de la desinformación. La más perentoria ha sido advertir de que es altamente improbable que el coronavirus chino nos llegue franqueado en algún envío de Aliexpress, que una cosa es la prevención hacia los chinos y otra que renunciemos a la bomber de 16 euros con multibolsillo impermeable. Con las mismas se ha negado contundentemente que los petardos y los fuegos artificiales maten al patógeno o que el aceite de sésamo sea una barrera al contagio, lo que nos hubiera llevado a anticipar las Fallas y quemarnos a lo bonzo por descuido o convertirnos en seres más pringosos y resbaladizos de lo que ya somos.

Aquí, como es de dominio público, no somos racistas y sentimos verdadera devoción por los foráneos siempre que lleguen con los papeles en regla y uniformados para el servicio doméstico o acepten trabajar por la voluntad en vez de por el salario mínimo en algún invernadero de fresas. Pero no es descartable que una cosa lleve a la otra y que del temor a ser infectados pasemos al cordón sanitario a los Wang o a los Liu, por no hablar de los Zhao que también son legión. Nuestra imbecilidad no se contentará con hacer de oro a los fabricantes de mascarillas.

La letalidad del virus de Wuhan no justifica restricciones de viajes, cierres de fronteras, deportaciones o caídas de las bolsas y del precio del petróleo, que es justamente lo que se está produciendo. Tampoco debería ser excusa para los episodios de discriminación que ya se viven contra personas sospechosas de ser heraldos de la muerte por el simple hecho de tener los ojos rasgados y regentar, para más inri, un colmado con todo tipo de fundas para el móvil. A diferencia del 2019-nCoV, se confirma que la estolidez es indetectable al microscopio y carece de un genoma que pueda ser descifrado.

A medida que aumente nuestra angustia exigiremos medidas más contundentes que el aislamiento y las cuarentenas. Extraña ya a estas alturas que Vox se demore tanto en incluir a los orientales en su interminable lista de enemigos declarados de la patria. Lo único que nos conforta es que Ortega Smith & Wesson ya ha empezado a practicar en tirantes y pegando tiros con un fusil de asalto. Que tiemblen el Daesh y los chinos con unas décimas de fiebre.

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