Tierra de nadie

Presunción de inocencia y verosimilitud

Es improbable que el reconocimiento por parte de Plácido Domingo de que fue un acosador y de que durante dos décadas abusó de su poder en el mundo de la ópera para ejercer violencia sexual e intimidar a jóvenes cantantes y bailarinas que temían que rechazarle abiertamente supusiera el fin de sus carreras haya provocado en el tenor algo parecido al arrepentimiento. Es más, pareciera que el divo hubiera estado en el escenario interpretando una obra en tres actos: en el primero, negó todo y atribuyó las denuncias a una campaña para denigrarle (aplausos); en el segundo, explicó que su comportamiento nunca fue agresivo sino galante y que no se podía juzgar con los ojos del presente sus "interacciones" sino con los "estándares" de la época (tímidas palmas); finalmente, sabedor de que el telón caía irremisiblemente sobre su cabeza tras la investigación de la American Guild of Musical Artists (AGMA), ha pedido perdón por el dolor causado y ha dicho que asume toda la responsabilidad (silencio sepulcral).

Descartado el rubor en el pétreo rostro del artista, hay quienes sí han enrojecido tras sus enardecidas defensas de la honorabilidad del cantante, sus apelaciones a la ejemplaridad demostrada en toda su trayectoria y la consideración de que la auténtica víctima era él, objetivo inocente del #MeToo y del feminismo radical. En muchas de estos alegatos, junto a esa fe ciega que tantas manos ha abrasado de ponerlas en el fuego, se usó como argumento la consabida presunción de inocencia que una vez más –opinaban- se había transgredido.

Sobre la presunción de inocencia existen algunas imprecisiones más que notorias. Se trata, obviamente, de un derecho fundamental, según el cual todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario y son los acusadores y no los acusados quienes han de aportar la carga material de la prueba acerca de los supuestos delitos cometidos. Es importante subrayar que este derecho se ejerce en el proceso penal y, por ser de aplicación inmediata, vincula a todos los poderes, pero no paraliza el debate público ni el derecho a la información o la libre opinión. Si lo hiciera, los medios de comunicación tendrían que haberse abstenido de dar cuenta de la correrías de Don Plácido o la Policía no podría proceder a ninguna detención ya que se entendería que los agentes vulnerarían en ese mismo momento la presunción de inocencia de los esposados.

Dicho de otra manera, Associated Press, la agencia que descubrió el pastel tras obtener el relato directo de quince mujeres que habían soportado el comportamiento sexual inadecuado de Domingo -aunque sólo la mezzo-soprano Patricia Wulf accediera a figurar con su nombre- y el testimonio de numerosos cantantes, bailarines, músicos y profesores de canto que confirmaron la querencia acosadora de nuestro Otelo más famoso, hizo un trabajo deontológicamente impecable.

El periodismo no aspira a la verdad absoluta ni puede establecer sin ningún género de dudas que la mano de Domingo fue a la rodilla y no al muslo. Su objetivo es perseguir dicha verdad con denuedo, o como explicaba Jean Daniel, fundador de Le Nouvel Observateur, buscar lo verosímil. En este caso, lo verosímil no era que decenas de personas se hubieran confabulado para verter insidias contra el buen nombre de Plácido Domingo sino que el tenor se había prevalido de su condición de "Dios" de la ópera para amedrentar, vejar o llevarse al huerto a quienes temían que un rechazo les apartara de su profesión o, cuando menos, perjudicara su proyección.

No es que los ahora desengañados por el mea culpa del baboseante tenor hicieran mal en amparar su presunción de inocencia, que siempre la ha tenido; es que ignoraron por complicidad personal u obcecación ideológica la verosimilitud de una historia que difícilmente podría ser el resultado de una conspiración sino de la experiencia vivida por sus protagonistas. Había sobras razones para creer a estas mujeres y prefirieron engañarse a sí mismos y negar no solo la realidad sino otra presunción: la de que los que tienen poder tienden a abusar de él.

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