Tierra de nadie

Nadie dijo que fuera fácil

El PSOE y Unidas Podemos se han citado la próxima semana para fumar la pipa de la paz tras unos días atravesados en los que no se han puesto de acuerdo ni en si la tortilla que se sirve tras los consejos de ministros debía o no llevar cebolla. Crisis matrimoniales de este tipo no son extrañas en las coaliciones de Gobierno pero han de cortarse antes de que lleguen a mayores y lo que empieza siendo una discusión sobre el color de las cortinas del salón acabe al final con uno de los cónyuges en casa de sus padres.

No se trata de establecer lealtades ciegas sino de pactar a tiempo las discrepancias porque las bolas de nieve tienen querencia a rodar ladera abajo y llevarse por delante a los esquiadores y al san bernardo. Esa misión apaciguadora es esencial en estas cohabitaciones y no puede delegarse en quienes tienen por costumbre negociar con el cuchillo entre los dientes y la mano en la pistolera. O Sánchez e Iglesias asumen en primera persona la gestión de las diferencias o la izquierda entonará el ‘fue bonito mientras duró’ en un lapso breve de uno o dos suspiros.

Muchos de los encontronazos vividos hasta la fecha han sido perfectamente evitables, empezando por la pelotera a cuenta de la ley de Libertades Sexuales, convertida finalmente en un ajuste de cuentas para demostrar quién lleva los pantalones y la voz cantante del feminismo gubernativo. Igual podría decirse del recurso de la Abogacía del Estado contra la indemnización establecida por la Audiencia Nacional a la familia de José Couso, el cámara asesinado en 2003 en Bagdad, por omisión de protección diplomática. O de la incursión de Trabajo en la crisis del coronavirus con una guía que invadía las competencias del Ministerio de Sanidad. Hasta en la decisión de Unidas Podemos de impulsar una investigación parlamentaria sobre las "presuntas actividades corruptas" del rey emérito ha sobrado el ímpetu que se supone a un partido de oposición y no de Gobierno. Entre no ponerse de perfil y encabezar la manifestación hay un largo trecho y una enorme gama de grises.

Así que, como unos no pueden dar pasos al frente sin parecer suicidas y otros no pueden retroceder para no desertar de sus principios, solo asumiendo el punto exacto en el que trazar las intraspasables líneas rojas de cada cual se puede asegurar una convivencia estable sin violentar excesivamente a nadie ni obligarle a ingerir más sapos de los recomendables. Esa es la tarea más importante que el Gobierno tiene por delante, y no es sencilla, porque si la tentación de poner zancadillas al prójimo es muy poderosa, la de intentar derribar al contrario, aunque circunstancialmente sea un aliado, es casi irresistible.

La coalición ha de afinar en su coordinación si no quiere devorarse a sí misma. Si los encargados de engrasar la maquinaria son Carmen Calvo o Pablo Echenique, titulados ambos en demoliciones, el camino no tardará en ser impracticable hasta para las cabras. Y ello sin contar con las luchas internas que, en el caso del PSOE, tienen permanentemente en la trinchera a la vicepresidenta primera y al Maquiavelito de Moncloa, a quien el ala oeste de Moncloa se le queda pequeña y no deja de planificar nuevos anexos e invernaderos. En eso hay que reconocer que Iglesias lleva ventaja porque en su jardín sólo hay matorrales, tras la tala intensiva que derribó aquellos árboles que podían hacerle sombra. ¿Que a ver quién se resiste a la tentación del puñal cuando el de al lado va provocando enseñando la espalda? Bueno, nadie dijo que fuera fácil.

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