Tierra de nadie

Cañones sin agujero

Como no hay un manual sobre cómo afrontar una crisis sanitaria como esta y, si lo hubiera, estaría desfasado o solo contaría mentiras, no hay Gobierno inmunizado contra los errores. El que actúa, yerra porque siempre habrá una decisión mejor, una medida más eficaz, algo que es muy fácil de comprobar a posteriori cuando se practica el ventajismo. De ahí que sea tan importante eso de la lealtad y la unidad que Pedro Sánchez pidió en el Congreso y que la oposición, quizás por falta de costumbre, suele pasarse por el forro.

Esto del coronavirus no es una guerra aunque la escenografía diaria, repleta de generales y uniformados que comparecen para dar cuenta del estado de los frentes y del número de bajas, lo parezca. No obstante, ambas situaciones se abordan de manera muy similar. Acertada o equivocadamente, las operaciones las decide el que manda y el resto las acata, sabiendo que el momento de pasar facturas y exigir responsabilidades llegará al final. Como se ha dicho, el Gobierno no está exento de dar algún traspiés pero lo que tiene prohibido es hacer el ridículo.

Y esto último es, justamente, lo que ha hecho el Ejecutivo con los test rápidos para detectar la infección que ha tenido que devolver porque eran tan fiables como las escopetas de las ferias. Se entienden las urgencias en la adquisición de material con un mercado presionado en el que todos los países tratan de aprovisionarse al mismo tiempo, pero se hace duro confirmar que el que lleva las riendas es un incauto al que le pueden dar gato por liebre sin haber realizado antes las comprobaciones pertinentes.

¿Que los test comprados a Shenzhen Bioeasy Biotechnology venían con el sello CE de homologación europea? Hombre, es que el colmo sería que procedieran de un mercadillo. El asunto requiere explicaciones que no se han dado, empezando por el nombre del proveedor local que, según Sanidad, facilitó el lote, que bien podría ser un intermediario aprovechado o uno de esos cuñados que tanto daño hacen a las familias.

En un momento en el que se pide a la sociedad enormes sacrificios, cuando muchos de los que hoy están confinados en sus domicilios han perdido ya el empleo y tienen la angustia de no saber si también dejarán por el camino a amigos y familiares, lo único a lo que pueden agarrarse es a la certeza de que quien les dirige conoce el camino o, al menos, dispone de una brújula fiable. Volviendo al lenguaje bélico, la llamada vanguardia o primera línea de defensa ha de estar segura de que las armas que se les suministra no son los famosos cañones sin agujero de Gila. El descrédito del director es lo que puede echar por la borda el esfuerzo colectivo de toda la orquesta.

De ahí que sean tan importantes los gestos, que es lo que menos se está cuidando en esta crisis. No es razonable, por ejemplo, que mientras se exige una rigurosa cuarentena a los demás, el propio Gobierno se la salte a conveniencia. O que se aproveche alguno de los decretos del estado de alarma para colar cuestiones que nada tienen que ver con la emergencia, tal que la composición de la comisión del CNI. Equivóquense –poco a ser posible-, pero no den que hablar ni hagan el canelo. Es el único favor que se les pide.

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