Tierra de nadie

La montaña parió con cesárea

Los partos de los montes suelen ser muy decepcionantes. Cuando se espera un pequeño Himalaya o, como poco, un espigado Moncayo el resultado final no pasa de un taburete o del consabido ratón. El último engendro del Gobierno a cuenta del permiso para que los niños salgan de casa empezó como renacuajo y, ante la presión popular, se ha tenido que hacer rana a toda leche. Los infantiles "vectores de transmisión" del virus, que es así como se define ahora a los pequeños en términos científicos, podrán finalmente dar paseos vigilados y no sólo ir al supermercado o al estanco, un sitio este último poco adecuado si de lo que se trata es de inculcarles buenas costumbres. Enhorabuena a la montaña por el alumbramiento.

Hay decisiones que no se entienden fácilmente por mucho que uno se devane los sesos, como si existiera una mano negra en los aledaños del poder, que no tiene por qué ser malévola sino simplemente idiota. Que el sesudo plan inicial para aliviar a los niños del confinamiento tuviera en contra a padres, pediatras, epidemiólogos y, sobre todo, al sentido común provoca inquietud y demuestra que los descendientes de Moisés que deben conducirnos a la tierra prometida andan tan perdidos como el famoso pulpo del garaje.

El desconcierto y hasta el cabreo general estaba justificado porque todo era un sinsentido. ¿No habíamos quedado en que los sitios cerrados aumentaban las posibilidades de contagio? ¿No teníamos claro que llevar a los niños al Carrefour era un último recurso para evitar dejarles solos en casa porque, tras los caramelos, el segundo dulce preferido de los críos es la barra de los carritos? ¿No se nos había repetido hasta el hartazgo que era la ciencia y sus sacerdotes en este mundo, es decir el comité de expertos del Ejecutivo, el que marcaba el camino? ¿No habían sido estos mismos técnicos los que recomendaban, como se está haciendo en otros países, paseos cortos en espacios abiertos y bajo la vigilancia de un adulto para asegurar que los chiquillos respetaran el dichoso distanciamiento social? Y si todo esto era así, ¿por qué cagarla a media mañana para rectificar horas después?

Como se decía, hay asuntos que escapan al conocimiento humano y entran directamente en el terreno de la metafísica más estulta. Tan sólo había que decidir si relajar el confinamiento infantil y ofrecer algo de respiro a familias atrapadas en pisos de 50 metros era compatible con el control de la pandemia. Y si la respuesta era afirmativa bastaba con calcar lo que ya se hace en otros sitios. Clama al cielo que la primera medida que iba a ser recibida con vítores entre la población reclusa haya estado a punto de desembocar en un motín de los internos de no haberse rectificado de inmediato. Vale que el Gobierno no está en esta crisis para hacer amigos, pero de ahí a granjearse el aborrecimiento general hay un abismo.

Rectificar, como se ha dicho aquí alguna vez, es infrecuente y de sabios pero es que en esta ocasión era algo completamente innecesario. Sabemos que hay alguien ahí porque no para de salir gente por la tele, aunque bien podrían ser hologramas o seres de otro planeta. ¿De verdad que alguien está a los mandos? ¿Tienen niños o, al menos, conocen sus usos y costumbres? ¿Van alguna vez a la compra? ¿La portavoz del Gobierno es la portavoz del Gobierno o improvisa la letra como hacemos con las canciones en inglés muchos de los que hicimos la EGB?

Estamos dispuestos a dilapidar indulgencia si no nos lo ponen muy difícil. Queremos tener confianza aunque se empeñen en sembrarnos el campo de dudas. Íbamos a presenciar el parto de la montaña, con la epidural justa para que no fuera doloroso y, sin razón aparente, se le ha practicado la cesárea a lo bruto. No seguimos preguntando a qué obedece el encarnizamiento con esta señora tan alta.

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