Tierra de nadie

Iglesias y las cloacas

Lleva razón el vicepresidente Pablo Iglesias en que los hechos contrastados no admiten discusión. Es irrefutable que a su exasesora Dina Bousselham le robaron el móvil y que copias de su tarjeta, con fotografías íntimas e información interna de Podemos, fueron encontradas en casa del comisario Villarejo y circularon por varios medios de comunicación. Innegable es también la existencia de la llamada policía patriótica, dedicada tanto a desactivar y echar tierra sobre los casos de corrupción del PP como a atacar a rivales políticos, ya fuera a partidos independentistas o a Podemos. Que se haya atacado a Podemos para evitar su entrada en el Gobierno es más una obviedad que una evidencia, pero ni todos estos ataques han sido delictivos ni Podemos es la única fuerza que los recibe, porque de evitar que el adversario llegue al poder va el juego político. Aunque a algunos les resulte difícil de creer, se puede criticar a Podemos sin ser de ultraderecha, golpista o estar a sueldo de las cloacas del Estado.

Hay, como se decía, hechos irrefutables y otros que no lo son tanto, y que hasta pueden calificarse de confusos. La explicación de Iglesias de por qué, una vez le fue entregada la tarjeta por parte del presidente del Grupo Zeta, Antonio Asensio, la retuvo varios meses en su poder antes de devolverla a su propietaria han sido un tanto extrañas, hasta el punto de que le han hecho pasar por un machista contumaz. No es creíble, si se permite dudar de la versión del vicepresidente, que lo hiciera, una vez visionado su contenido, por quitar presión a la joven, que al denunciar el robo ya era consciente de lo que el móvil albergaba. Hablando de machismo, por cierto, nadie parece haber reparado en el comportamiento del editor, que ignoró por completo a la propietaria de la tarjeta y la puso en manos de Iglesias como si esta no existiera.

Confuso es el estado de la tarjeta, aparentemente inutilizable ya que la propia Bousselham acudió a una empresa especializada para recuperar el contenido aunque luego dijera que pudo acceder a ella al menos en una ocasión; confusas y contradictorias han sido las distintas declaraciones de la exasesora ante el juez, que han propiciado un giro a la hora de determinar los perjudicados del caso; extraña es la relación que, aparentemente, mantenía Marta Flor, la abogada de Iglesias y Bousseelham, con uno de los fiscales de Anticorrupción; y no menos anómalo es la confirmación de que la joven hizo envíos de pantallazos y envíos de los chats internos de Podemos que almacenaba en su móvil, lo que complica judicialmente la acusación contra Villarejo de haber facilitado la copia a varios medios de comunicación al haberse multiplicado el posible origen de la filtración.

Debido a estos hechos confusos, extraños y anómalos se ha llegado a otra situación incontestable: lo que era el caso Villarejo se ha convertido en el caso Dina o en el caso Iglesias, con independencia del escaso recorrido judicial que pueda tener. Y ello, no por la acción de ninguna cloaca del Estado sino por los despropósitos de quienes en teoría y, muy posiblemente en la práctica, eran los verdaderos damnificados.

A partir de aquí, cabe atribuir a Iglesias la habilidad de haber desviado el foco con sus críticas a la Prensa, de forma que lo que ahora se debate es si es legítimo reprender desde el Gobierno a los medios hostiles o si cabe normalizar los insultos a periodistas en las redes sociales en la medida en que tienen presencia pública y deben apechugar con las invectivas hasta que el cambio de color de las ofensas, esto es cuando pasen de castaño oscuro, les obligue a acudir a los tribunales.

El nuevo debate presenta también hechos incuestionables y otros que no lo son tantos. Es indiscutible que la Prensa ha de estar sometida también a la crítica y al cuestionamiento público, aunque es controvertido que este marcaje corresponda a quien se encuentra asentado en el poder, al que también le cabe el recurso de la Justicia si las informaciones u opiniones que se le dirigen son patrañas o insultos insoportables. Lo que si es atacable legalmente porque erosiona la democracia es el monopolio informativo o el duopolio televisivo, del que Podemos se benefició en sus orígenes y del que todo el mundo parece olvidarse. ¿Anidan la ultraderecha y los ‘presuntos periodistas’ en Antena 3 y La Sexta es el paradigma del oficio siendo ambas cadenas parte del mismo grupo?

Es indiscutible también que algunos medios han colaborado activamente en la guerra sucia contra Podemos aunque ello no implica necesariamente que deban ser considerados como parte de las cloacas del Estado sino, a lo sumo, como uno de sus instrumentos y no el más importante. Por explicarlo gráficamente, es una exageración decir que Eduardo Inda forma parte de dichas cloacas cuando la criatura no pasa en sus mejores momentos de ser el bote sifónico de un vulgar retrete.

Por otro lado, el discurso sobre las cloacas, que era muy pertinente en la oposición, chirría bastante cuando quien lo enarbola forma parte del Gobierno. Es insostenible a largo plazo ya que la presencia misma de Unidas Podemos en el Ejecutivo vendría a ser la prueba del nueve de que su influencia es irrisoria. De igual forma, apelar permanentemente a sus manejos para explicar cualquier situación embarazosa genera dudas razonables sobre el papel de los de Iglesias. Si las cloacas siguen existiendo pese a su presencia en el centro mismo del poder, ¿no sería esta la demostración de su incapacidad para clausurarlas?

Si la talla de una persona se mide por el calibre de sus enemigos, el vicepresidente se jibariza eligiendo a los suyos. Los elefantes no pierden el tiempo quejándose de las picaduras de los insectos; simplemente, los ignoran o dejan que los pájaros den cuenta de ellos. Los poderes fácticos, que siempre han existido, no determinarán el futuro de Podemos sino sus aciertos o sus meteduras de pata. Todos somos responsables de nuestros propios actos.

Más Noticias