Tierra de nadie

Tapar agujeros no es una opción

Aunque faltaba la lluvia de cava y había que imaginar a Merkel como una niña de San Ildefonso con la bolita en la mano, lo cual no es nada sencillo, el triunfal regreso de Pedro Sánchez a Moncloa y los aplausos ministeriales dejaba claro que esta vez sí que nos había tocado el Gordo en Bruselas y no una simple pedrea. Los 140.000 millones, la mitad en subsidios a fondo perdido, parecen una de esas cantidades ingentes que nos plantea el reto al que se enfrentan todos los pobres a los que les sonríe la fortuna o el calvo de la Lotería: gastar sabiamente.

Tenemos fama de derrochadores pero lo cierto es que nunca hemos tenido muy claro qué hacer con el dinero, salvo autovías y adosados, que en eso sí que somos autoridades mundiales. De ahí, por ejemplo, que de los fondos estructurales que nos correspondían para el período 2014-2020, tuviéramos a 1 de enero de este año más de 12.000 millones pendientes y estemos, como suele ser habitual, a la cola de la UE también en la ejecución de estas partidas. Se nos llena la boca con la España vaciada, el I+D y el medio ambiente, pero hemos sido incapaces de aprovechar la cofinanciación europea en estas materias que, si no completa, es del 70% en cada uno de los proyectos.

Lo de ahora es el más difícil todavía porque lo que se nos exige es cambiar nuestro modelo productivo, que es algo que ya Zapatero quiso hacer por ley allá por 2008 cuando Miguel Sebastián era ministro y nos regalaba bombillas de bajo consumo para que fuéramos entrenando. Ya entonces se nos hablaba de economía sostenible, hermosas palabras con las que se pretendía refutar ese principio de Arquímedes que todavía hoy sigue rigiendo en algunos lares y que se expresa con la siguiente fórmula: toda parcela sumergida en un plan de urbanismo experimenta una recalificación hacia arriba proporcional a la mordida que obtiene el concejal de turno, su partido o ambos a la vez. Se nos pide, en definitiva, un salto de fe, un milagro que transforme a los peones de albañil en técnicos fotovoltaicos y les permita cambiar el pañuelo de cuatro nudos por batas blancas e impolutas. Y queremos creer que es posible, pero nos cuesta.

Que nos pregunte Tezanos y comprobará que la inmensa mayoría, excepción hecha de los florentinos de turno, estamos a favor de las energías verdes, de la biotecnología, de la ciencia en general, con su camisita de innovación y su canesú de conocimiento, y nos declaramos muy partidarios de la economía circular a poco que nos expliquen en qué consiste realmente más allá de que los futuros residuos serán nuestras materias primas. Una vez que hemos entrado del siglo XXI, estamos muy dispuestos a que el nuevo siglo entre en nosotros.

Recelos tenemos, para qué negarlo. De hecho, nos parece que más que otro modelo lo urgente es el cambio de mentalidad de quienes pasan por ser nuestros emprendedores de cabecera, que no es gente que se descalce por menos de un pelotazo o, en su defecto, por un beneficio inmediato de dos dígitos como poco. De nada valdrán los nuevos paradigmas si se enfrentan con la misma actitud, con la misma precariedad laboral que es la base de nuestra competitividad y con la vista puesta en la exención, la deducción y la subvención pública, eje fundamental de los planes de negocio en este país.

Bienvenido sea el nuevo modelo productivo, aunque de momento sea un tejado muy bonito para un edificio al que le siguen faltando los cimientos. Antes de plantearnos ser Sillicon Valley convendría quizás corregir el subdesarrollo que llevamos acumulado, que no es poco. Seguimos creyendo que la inversión en I-D-i es una excentricidad, que la educación es un gasto superfluo, que es una pérdida de tiempo y de dinero eso de inventar porque es más sencillo pagar por las patentes de otros, que el principal destino de los beneficios empresariales no es la reinversión sino el dividendo y que el éxito no existe si el retorno de la inversión se demora más allá de dos semanas.

Por primera vez tenemos la oportunidad de salir de la crisis por el camino correcto y sentar las bases de un crecimiento que no sea la principal causa de las desigualdades. Entre subsidios y préstamos tenemos a nuestra disposición el 11% del PIB para un plan de actuaciones que ha de presentarse en octubre. Más que un pecado, sería un delito no aprovechar el premio en algo que no sea tapar agujeros y sucumbir a esa maldición del Gordo de la Lotería que termina por arruinar en cinco años a sus agraciados. Hay vida más allá de las rotondas, del ladrillo, de los bares de copas y de las facturas sin IVA. O eso dicen.

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