Tierra de nadie

Benditos sean los bobos solemnes

Clausuraba Zapatero ayer el curso de verano de Unidas Podemos en la Universidad Complutense con una doble reflexión sobre los nuevos gobernantes y los jarrones chinos, ese estatus de porcelana en el que él mismo se encuentra. Decía de estos últimos, en referencia obvia a Felipe González y también a Aznar, que les cuesta asumir los aciertos de los que les sucedieron, temiendo quizás que ello empequeñezca su legado o les condene a acumular polvo tras la vitrina, que es la manifestación física del olvido. A los primeros, sin embargo, les cubría con el manto del optimismo antropológico que siempre lleva a mano, como hacen los de León en verano con la rebequita de lana: hay que creer que lo harán mejor y ello indicará que quienes estuvieron antes en el poder lo hicieron bien y abrieron el camino a mejores gobernantes.

Poco se puede añadir a la actitud altiva y perdonavidas de algunos expresidentes, que él mismo contempló y sufrió en su día, salvo que es real como la vida misma. Ya sea por su propio pie o en volandas de otros, incluso de quienes fueron sus más acérrimos adversarios, suelen encaramarse al pedestal de padres de la patria y desde allí les resulta muy fácil mirar por encima del hombro a todo bicho viviente. Por norma general, ellos lo habrían hecho mejor en cualquier circunstancia, tienen un proyecto para España a diferencia de otros, destilan sabiduría y los demás sudan ignorancia, y, en definitiva, son la leche y los que les tomaron el relevo agua del grifo o, directamente, no potable.

El propio Zapatero sufrió en sus carnes este desdén, y aún hoy se le suele considerar una calamidad andante o un bobo solemne, tal fue el calificativo que en su día le dedicó Rajoy, otro contra el que las cañas se tornaron lanzas por no dejar que su sabio benefactor, asalariado luego de multinacionales de distinto pelaje, se convirtiera en el conseguidor de la Moncloa. El caso es que el presidente que instauró el matrimonio entre personas del mismo sexo, erigió el sistema de dependencia, promulgó la primera ley de Igualdad y puso fin al terrorismo de ETA tiene su página en la historia emborronada y sigue portando la cruz de no haber advertido a tiempo la crisis económica que se le llevó por delante.

Es más difícil compartir su idea, que es más un acto de fe, de que la simple creencia en el progreso determina mágicamente que los nuevos gobernantes vayan a ser mejores que sus antecesores, y no hace falta mirar a Trump o a su flequillo para comprobarlo. De hecho, más importante aún que quien gobierne no sea un tarado democráticamente elegido es que la sociedad sobre la que actúe tenga la fortaleza necesaria para sobrevivirle. Lo explicaba maravillosamente bien en un artículo publicado en El País  hace unos años el catedrático de Filosofía Daniel Innerarity: "Podríamos prescindir de las personas inteligentes pero no de los sistemas inteligentes; es lo que se suele decir de otra manera: una sociedad está bien gobernada cuando resiste el paso de malos gobernantes".

Es más, puestos a elegir, es preferible un inútil redomado a un líder providencial, que ya desde que nace es un jarrón chino pero con el peligro añadido de que, una vez en el poder, no hay manera luego de quitarle de en medio para recluirle en el panteón de los ilustres o en el museo de los horrores. Aunque cueste creerlo, la mediocridad es una virtud en democracia, la vacuna probada contra cualquier tentación autocrática. Y basta contemplar a nuestros políticos para confirmar que estamos en el buen camino.

Juzgamos muy duramente a nuestros representantes y prescindimos de que suelen ser espejos de nosotros mismos. Incapaces de ponernos de acuerdo sobre si los niños de los vecinos han de poder jugar al balón en el patio, pretendemos que los políticos pacten campanudos planes de reconstrucción que luego incumplirán, como si fuera posible matrimoniar el agua con el aceite. En lo que muchos ven un fracaso se esconde el verdadero triunfo. Benditos sean los bobos solemnes porque la democracia solo perdura cuando es tan ingenua como ellos.

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