Espejos extraños

Políticamente incorrecto

Parto a Asia, involucrado en un proyecto científico en el que coordino a decenas de jóvenes científicos sociales de diferentes países, todos comprometidos con la defensa del patrimonio científico que el actual Gobierno quiere desbaratar. Me voy con un nudo en la garganta, a pesar de que en este año en el que celebramos el 40 aniversario del 25 de Abril tal vez estemos retrocediendo al 24 de Abril. No a la época sino a la imaginación política ahogada a la que el 25 de Abril devolvió la respiración. La brutalidad política desencadenada sobre nosotros actúa, bien con puños de acero (cuando recorta salarios y pensiones y aplasta con impuestos a los más pequeños), bien con guantes de terciopelo (cuando destruye el Servicio Nacional de Salud, sin que nadie se dé cuenta: ¿sabía el lector que al beneficiario de la ADSE le resulta más barato ir a la privada que a su centro de salud, para que mañana nadie defienda este último y los precios privados puedan entonces subir sin restricciones?). Por eso he decidido escribir hoy una crónica políticamente incorrecta, pues sólo ella me puede permitir expresar lo que me va en el alma.

En democracia siempre hay alternativas, dice la teoría. Si en la nuestra parece no haberla es porque falla en algo. Admitamos que es una equivocación que los portugueses no se decidan a salir a la calle para defender pacíficamente sus derechos, que según los constitucionalistas de la vergüenza son precarios (me refiero, por ejemplo, a las pensiones). Pero si la realidad es ésta, ¿podrán los partidos de la oposición ser un signo de esperanza? El problema es que también están equivocados. Se equivoca el Partido Socialista (PS), por no tener a un líder a la altura, y el Bloque de Izquierdas (BE), por estar minado por sectarismos cruzados que continúan invocando principios e identidades como si estuviésemos jugando al 25 de Abril (cuando, de hecho, es el 24 de Abril quien vigila el recreo). Un líder con un ego descomunal proclama en letras garrafales sobre los muros del Largo do Rato: "Yo quiero el Nuevo Rumbo". No es que lo quieran el PS o los portugueses, sino "Yo", una dramatización populista que, encolada al personaje, parece un ventrilocuismo ridículamente amateur. ¿Qué esperar de este "quiero" cuyo yo sólo tiene la fuerza del papel pintado? El BE, a su vez, está minado por el miedo a dejar de existir y, por eso, no quiere dejar existir cualquier voluntad política convergente por temor a ser devorado por ella. El Partido Comunista Portugués es el que está menos equivocado: no toma iniciativas más allá de su historia, pero no dejará escapar una alternativa democrática real cuando surja.

La alternativa sería simple si el PS y el BE cambiasen. He aquí la hoja de ruta. El BE y el Manifiesto 3D se asocian en una plataforma común en las elecciones europeas. Queda claro que sólo hay un partido en juego: BE. La cabeza de lista es la figura política más notable de la nueva generación: Marisa Matias. El segundo nombre es Manuel Carvalho da Silva, uno de los políticos más dignos y a quien más debemos de los últimos cuarenta años. Una lista fuerte, robustecida por una alternativa que devuelva la dignidad a los portugueses, puede atraer a parte del electorado del PS. Ante un resultado mediocre en estos comicios, el PS se estremece internamente y elige a un nuevo secretario general, António Costa. Costa abandona, por ahora, el refugio-trampa al que el PS lo quiere condenar (la Presidencia de la República) y emprende una campaña fuerte y decidida que arrasa al PSD-CDS [coalición gubernamental conservadora] en las legislativas. Si no logra la mayoría absoluta, se mostrará dispuesto a una alianza con el BE, que finalmente habrá dado una prueba de madurez política, al agregar en vez de disgregar en las elecciones europeas.

Comienza así un nuevo ciclo político. Las condiciones iniciales serán difíciles. Las agencias de rating, la Comisión Europea y el FMI harán chantaje (el coco del riesgo político), pero un liderazgo sólido sabrá establecer alianzas, convencida de que, ante los signos cada vez más perturbadores de disgregación (ahora en Francia y después en Italia), Europa o se reinventa con cohesión o desaparece como entidad política. Para las elecciones presidenciales abundan los nombres, tanto a la derecha como a la izquierda, y cualquiera de ellos brillará después de la desertificación cavaquista. En vista de nuestra historia reciente, todo esto es un sueño. Por eso, tantos portugueses viven en una pesadilla.

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