Estación Término

El derecho a una salida libre de la vida

Fernando Pedrós
Periodista, filósofo y miembro de Derecho a Morir Dignamente (DMD)

 

El filósofo Santayana decía que "una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte". Algo parecido se podría decir de cada persona, pero sobre todo de la cultura ambiente de una sociedad para quien la muerte es obscena, no gusta. Pero hay personas que la tienen delante y dialogan acerca de las circunstancias de la propia existencia. Es el caso -entre otros muchos- de Joyce Appleby, profesora emérita de Historia en la Universidad de California, que escribía el 11 de noviembre de 2014 al director del diario The New York Times una carta sobre la ayuda en el morir. Sin duda el caso de Brittany y la campaña de una organización de defensa de la muerte digna le daban pie para hablar de su caso y el de muchos viejos. La experiencia nos dice que son los enfermos que toman una decisión libre de morir y que la hacen pública los mejores defensores de la libertad y derechos de la persona en la fase de la muerte, más incluso que los estudios y reflexiones de expertos y estudiosos. Su decisión ante su vivencia existencial es un acicate y una motivación social frente a la apatía y falta de sensibilidad de los políticos y de ciertas instituciones.

 

En su carta Joyce se alegra de que el problema y los cuidados al final de la vida sean ya objeto de mayor atención en los medios de comunicación, que haya médicos que escriban, como el cirujano Atul Gawande en su último libro, que "la medicina necesita repensar tanto el envejecimiento como la muerte". Por ello para la profesora jubilada "quizás es el momento de pensar en lo que puede llamarse suicidio profiláctico", es decir que una persona mayor decida no esperar y cortar la duración de la existencia que se considere excesiva. Ya no se trata únicamente de luchar como hacen algunas organizaciones por el derecho a autoliberarse de una vida que no merece tal nombre y tener una muerte digna decidida libremente y que el Estado garantice los cuidados al final de la vida incluyendo el derecho a una muerte racional y libre sino que el viejo, haciendo uso de su autonomía, sea respetado por el Estado y se le ayude a morir si así lo solicita. Lo que propone Joyce es, pues, un paso más allá de las situaciones de enfermos y "se extiende el derecho a morir de la gente antes de que se enfrenten a enfermedades terminales o invalidantes".

 

Joyce a sus 85 años nos recuerda las nuevas circunstancias de la existencia de los mayores: al cúmulo de enfermedades y deficiencias en ciertas edades, a la falta de calidad de vida en la vejez se añade en nuestro tiempo de fuerte prolongación de la vida la experiencia de la expansión de enfermedades degenerativas, demencias seniles, alzheimer, etc. Ella lo sabe por experiencia personal y, al sentir ese cansancio existencial a sus 85 años, le gustaría tener la opción de morir a su ‘propio’ tiempo, libre y decidido por ella. No sabemos -no lo comenta en su carta- su situación, pero en líneas generales, aparte sufrimientos, declive y deficiencias de la vida, no entiende "prolongar la vida sin que a su vez se prolongue la capacidad de disfrutar de ella".

 

La dirección del diario al publicar la carta invitaba a los lectores a un diálogo con la propuesta de la señora Appleby. El diálogo que no puedo comentar por razón de espacio deja ver que hoy muchas personas viven más años de viejos que de jóvenes y que de viejos se tiene conciencia y vivencias de cansancio, de deseo de liberación y de que la conciencia y vivencia de libertad se juega también en la última fase de vida y en el proceso de morir.

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