Estación Término

Los dueños de las palabras y del bien y del mal

Fernando Pedrós
Periodista, filósofo y miembro de Derecho a Morir Dignamente (DMD)

 

Ante un fracaso se pueden buscar excusas, pero ante el ridículo de la  ley francesa de la muerte digna no se puede decir que lo logrado se corresponde con un deber de humanidad de acuerdo con las ‘buenas prácticas’ del médico respecto al paciente. ¿Por qué no decir que los políticos no han cumplido con un buen hacer que comienza con la escucha del sentir y el pensar de la ciudadanía puesto que el Estado somos todos los ciudadanos y las leyes son del ciudadano y para el ciudadano?

En Francia por el momento y con la publicación oficial del texto de ley que le dará vigencia se cerrará una etapa de reforma del llamado derecho a morir dignamente. Pero hay que decir con franqueza que las conductas eutanásicas cuya legalización reclamaba un alto 90 por ciento de los franceses han sido políticamente soslayadas. Los políticos que han firmado con su voto la nueva ley han dicho claramente a los ciudadanos que su pensamiento y su criterio estaban confundidos, que la propuesta que el gobierno de Hollande llevó al parlamento era un ilusión, que los expertos y estudiosos que consideran que Francia debiera tener una ley como la de los países del Benelux o de Quebec mantienen un discurso intelectual aberrante, que incluso el Comité Nacional de Ética que proponía en el informe Sicard la aceptación legal del suicidio asistido se equivocaron. En fin de cuentas, el parlamento laico francés ha optado por mantener la ideología político-dogmática del ‘no mataras’ como manera de anular la libertad interior del ciudadano y su derecho a determinarse hasta en la fase final de su vida.

Desde hace tiempo se veía venir esta meta a la que ha llegado el proceso parlamentario, pero he de confesar que no es lo que se esperaba de la sociedad francesa cuando el candidato Hollande a la presidencia de la República lanzó en su programa la propuesta de caminar juntos hacia una ley de eutanasia.  Lo que de primera intención parecía que llegaría a una legalización de la eutanasia ha terminado en la licencia de que el enfermo acabe sus días sedado profundamente. Siguiendo el principio de que ‘más vale algo que nada’, me parece bien que se haya llegado a que se permita al paciente una muerte más digna que la que permitía la ley Leonetti, pero sigo pensando que ese algo es el parto de los montes y un ratoncillo que más pronto que tarde generará confusión e inseguridad para los médicos. Pero no nos quedemos meramente en la contemplación de algo ridículo y, si tenemos preocupación por la verdadera muerte digna desde un serio reconocimiento de la autonomía, hay que esforzarse en diseccionar la situación legal a la que se ha llegado.

En el imaginario del proceso de morir siempre se busca un espacio de racionalidad planteando que no es lo mismo ‘dejar morir’ y ‘hacer morir’. Es cierto que los verbos ‘dejar’ y ‘hacer’ no tienen el mismo significado y por eso el ‘hacer morir’ ideológicamente se homologa con ‘matar’ y no se le permite que signifique sensatamente ‘ayudar a morir’ al que racionalmente lo pide. Por tanto, ‘hacer morir’ es eutanasia, mientras que al ‘dejar morir’ no se provoca la muerte, no se mata. El diccionario tiene palabras para todo y para todos los matices y esas palabras pueden ser utilizadas para servir una ideología u otra. Pero la fuerza y sentido de las palabras y su contenido no se acaba en la definición del diccionario sino que su vigor está en el uso que se hace, y sobre todo en el sentido que le dan los dueños de las palabras. Y hay que tener en cuenta que el parlamento en este caso está siendo el dueño de las palabras.

Hace poco leía el comentario de una experta en derecho y antigua ministra de un  gobierno francés y sus valoraciones morales. Confesaba que entre la sedación profunda y continua legalizada y la actuación eutanásica había una diferencia, podía ser pequeña, pero la diferencia existía. No entraba en discriminar una u otra actuación; únicamente afirmaba que provocar la muerte (matar) y dormir al paciente dejando que le llegue la muerte no se parecen en nada. Y era obvio para ella que aceptar legalmente la eutanasia sería "dar a un médico el derecho de matar lo que es algo bárbaro". El médico cuyo deber profesional consiste en cuidar al paciente no puede tener en sus manos la potestad de matar. Por el contrario con palabras suaves y sedosas dejaba claro que recurrir a la sedación va a suponer sin duda abreviar el tiempo de vida del paciente, pero el paciente sentirá el alivio corporal y vivirá su último día dormido en un sueño profundo, sin ningún sufrimiento. No ha sido una acción violenta de matar sino que se le ha dejado morir con serenidad. Y como remate de su discurso daba un apunte deontológico mirando a los médicos: la sedación es un acto correcto, incluso un deber de humanidad respecto al enfermo y que está de acuerdo con las buenas prácticas médicas.

Después de lo leído la diferencia no es tan pequeña sino que sedación y eutanasia se diferencian mucho, tanto como un ‘sí’ y un ‘no’, lo que no es una diferencia tan pequeña. Pero, por mi parte, para ver las diferencias  pienso en el enfermo que ya amenazado de muerte por sus sufrimientos solicita del médico que le ayude a morir. El médico le indica que lo legal es la sedación profunda y continua hasta que muera. El enfermo acepta la solución médica, que es un derecho razonable reconocido por la ley aprobada. La muerte llegará despacio, no de manera casi de inmediato como en una actuación eutanásica por medio de una inyección que le produzca la muerte al enfermo.

Si nos preguntamos por la diferencia es posible que todo sea cuestión de tiempo. O es que somos tan ingenuos para pensar que el enfermo que consiente en que se le sede profundamente y de manera continua no sabe que en ese momento su vida se acaba, que desde ese momento no tendrá conciencia de su vida, y que ‘para sí’ estará muerto y solo aparecerá como un cuerpo viviente para el  entorno hospitalario y para sus familiares que le acompañan. Podremos decir que no ha llegado lo que llaman la ‘muerte legal’, pero su vida ha quedado reducida a la vida biológica, a una respiración, al bombeo del corazón... No es un cadáver, pero su vida no pasa de ser una vida meramente biológica que se irá apagando hasta la muerte legal. El enfermo sabía que su vida humana acababa en el instante en que quedase sedado y que el punto final de su sedación profunda y continua sería el estado de cadáver. Habría que preguntarle a la jurista y antigua ministra francesa que nos hablaba antes por la diferencia ente la acción médica de esa sedación profunda y continua y la acción médica eutanásica con una inyección o con la toma de un cocktail que le produce al paciente un sueño relajante y al poco la muerte. La diferencia objetiva es el tiempo en que se produce el efecto muerte de la acción médica, pero tanto el político como el médico han de advertir que la duración no cambia la realidad de las cosas. Dirán que la diferencia está  en la intención... Yo más bien diría que en la intención de fingimiento político que han tenido los parlamentarios franceses: a la sedación le llaman ‘dejar morir’, y eso no es algo bárbaro, y a la eutanasia se le deja el remoquete de ser un homicidio por más que tal denominación sea una incoherencia lógica.

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