Tinta Mintenig

Ironía en la Costa Brava

03-07-2008-11-55-58_0000.jpgTiene gracia que se eligiera el entorno paradisíaco del Cap de Creus para celebrar oficialmente los primeros 100 años de la Costa Brava. No es que la costa en sí tenga solamente 100 años; lo que se festeja es el nacimiento de la denominación Costa Brava a la franja de litoral que va desde Portbou hasta Blanes, en Girona, y que se atribuye al político y periodista Ferran Agulló. Tiene gracia porque el entorno escogido debe ser de los poquísimos de esta costa sin urbanizar, y eso sólo porque hace años obtuvo la condición de Reserva Natural.

La Costa Brava, durante poco más de la mitad del siglo pasado, era una03-07-2008-11-57-12_0000.jpg maravilla. Lo fue mientras este país era todavía pobre y hasta la llegada del turismo, que inyectó dinero en la economía y que disparó la construcción salvaje en sus playas y entre sus rocas sembradas de pinos. Vale la pena curiosear en la red para comprobar las barbaridades que consintió el franquismo en muchísimas de las localidades de la costa. Busquen el antes y el después de sitios como Platja d'Aro, Sant Feliu de Guíxols, Blanes, L’Estartit, L’Escala, Roses...la lista no tiene fin.

Con la llegada de la democracia la construcción desmesurada se frenó en cierta manera, pero sólo gracias a los esfuerzos y cruzadas de ciertos grupos que empezaron a poner el grito en el cielo por la destrucción del paisaje. A la que los políticos adquirían experiencia y pericia en saltarse las reglas, la especulación volvió a campar por sus fueros, hasta alzanzar su apogeo en los años 780 y 90. Ahora apenas queda litoral libre de hormigón en la Costa Brava. La barbarie constructora se trasladó hace unos años unos cuantos quilómetros al interior del territorio, pero bien cerquita. Pueblecitos situados a 10, 20 ó 30 quilómetros de la playa han quedado destrozados, engullidos por macrourbanizaciones, lo cual les ha privado de su gracia.

Y en este momento ha llegado la crisis. Por supuesto que no me alegro de que los trabajadores de la construcción se queden sin trabajo, pero sí de que sus patrones se lo tengan que pensar dos veces antes de aniquilar completamente el encanto y la placidez que, durante unas décadas, ofreció la Costa Brava a sus visitantes. Tengo la esperanza de que, una vez superada la recesión, los grupos que defienden la conservación del territorio tengan todavía más fuerza que ahora, y energía suficiente para poder parar los atropellos que sin duda algunos querrán seguir perpetrando.

Más Noticias