Tinta Mintenig

La Jauja de Eurovisión

Gracias, gracias mil Televisión Española, por ofrecernos este espectáculo sin igual llamado Festival de Eurovisión. Todavía no he visto los periódicos, pero sospecho que la gala de ayer tuvo una audiencia multimillonaria. A ver: hallándome yo en un pueblito remoto donde suelo pasar los fines de semana, me dispongo a organizar una cenita con amigos diversos para poder ver la gala tranquilamente y reírnos un rato. Pues no hay manera: ya todos/as tienen sus compromisos, todos han quedado y organizan sus cenas o acuden a cenas de otros para ver la susodicha gala. Al final, nos reunimos aquí en casa 3 parejas y un niño de 8 años y un adolescente de 15.

Empieza la gala, y vamos ojeando las actuaciones a medida que vamos cocinando nuestra cena. Nos reímos un montón, la verdad. Yo, que estaba tan contenta porque lo de Chikilicuatre me había parecido, hasta ayer, tan rompedor, cáustico e inteligente, tuve que admitir que nos habíamos quedado a medio camino. Quién supera al representante de no sé qué país, ataviado con alas de ángel: no se puede. Casi todos los cantantes eran mucho más frikis que el gran Chikilicuatre. Conclusión: para la próxima edición nos tenemos que pasar tres pueblos más, o seguiremos sin comernos una rosca. Visto lo visto, hay que tirar por dos vías: una, ser más friki que los demás (cosa altamente dificultosa...); dos, llevar a una señora sexy que te conquiste a la primera nota (Grecia) o directamente guarrindonga (Ucrania).

Estando ya en los postres llegó EL MOMENTO: los resultados desde las capitales de todos los países participantes. Si pongo mayúsculas es porque EL MOMENTO no tiene desperdicio. Debería mostrarse en todas las escuelas. Consiste en lo siguiente: los presentadores/as de la gala en cada país enumeran las puntuaciones que dan a cada actuación. Al parecer, sólo rige una norma: votar al vecino, y sobretodo, votar al que más te ha dado por el saco. Con esta alegría, vimos cómo Armenia otorgaba los 12 puntos a Turquía (los turcos sólo liquidaron a un millón de armenios, armenio más armenio menos), y los croatas, bosnios, albanos, etc, encumbraban a su mejor amigo: Serbia. Sólo faltó que Israel votara al máximo a Palestina (pero era imposible: Palestina no participaba), o viceversa.

Al final, ganó Rusia. Ese amigo tan simpático, cuyo jefe de gobierno es un tal Putin, muy buena persona (consultad la red y veréis). El único mérito del cantante ruso, para mí, es que no era una tía buenorra y que sabe patinar sobre hielo. Su coro también era muy bueno. Felicidades, Rusia. Hoy ya sois más que ayer, pero menos que mañana.

Otra cuestión: lo que el Festival de Eurovisión está fomentando, hoy en día, es la aspiración a ser un país independiente. Porque si participan San Marino (¿cuántos habitantes, please? Dejando aparte otros parámetros...), Montenegro, Latvia, Azerbaiján, etc, ¿porqué no pueden participar, como país, Catalunya, Andalucía, Galicia o el País Vasco? Es una injusticia total. Por población y por importancia, merecemos más que ellos. ¿O no?

No me quiero alargar, aunque se me quedan un montón de reflexiones en el tintero/teclado. Pero no puedo acabar el artículo sin mencionar a los grandes Raffaella Carrá, Iñigo, Uribarri (espero continuar siguiéndote cuando yo ya esté en el asilo, de verdad...), Boris Izaguirre, que nos amenizaron la velada. Fue una noche completa.

Y hasta aquí puedo contar.

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