La presencia, participación y elocuencia de José María Aznar en la convención política del Partido Popular fueron muy celebradas por la militancia conservadora. Gusta entre sus fieles que el auténtico líder en la sombra del PP vuelva a utilizar a ETA como recurso electoral. Lo hace, una vez más, difamando la política antiterrorista del Gobierno, la única que ha logrado reducir al mínimo las víctimas de la banda, situándola al borde de su extinción. Aznar se olvida, pese a que contó con esa ayuda, de que el papel de un partido opositor mayoritario es colaborar con el Gobierno en un asunto de Estado tan fundamental para la convivencia. Aznar no reconoce que ETA está en las últimas gracias a la política antiterrorista llevada a cabo a lo largo de estos siete últimos años. Aznar no considera que por el bien de todos y del propio ejecutivo que sustituya al actual, iniciar una gobernación sin ETA sería un logro histórico que garantiza nada menos que el final de un largo río de sangre.

Lo que más me preocupa es que cuando Aznar abandonó el estrado del Palacio de Exposiciones y Congresos de Málaga entre el fervor de la militancia, la organización hubiera de recurrir a la megafonía para que no quedara despoblado el auditorio ante la sesión plenaria que se iba a celebrar a continuación. El asunto a exponer llevaba por título "Estabilidad y reformas para el empleo", el objetivo más importante del PP según el pulquérrimo Pons. La llamada no tuvo sus efectos, pues cuando el atildado Montoro inició su intervención, las gradas estaban prácticamente vacías. Llama asimismo la atención que el tiempo empleado por los seis ponentes para tratar asunto tan arduo y principal no superase los cinco minutos por intervención. ¿Hasta tal punto obsesiona al PP el final de ETA, antes del 20N, que no solo llena de fervor el aforo donde se cuestiona tal posibilidad, sino que lo vacía cuando trata de explicar su política de empleo, despachada con ponencias de cinco minutos?