El desconcierto

El vértice Margarita Robles

Como buen acusado que se sabe inocente de la interminable crisis que vive el PSOE, y antes de que procedan a sustituirle como líder del socialismo, Sánchez ha recurrido a la sala tercera de lo contencioso-administrativo del Tribunal Supremo en busca de amparo. Que la magistrada Margarita Robles haya aceptado esta demanda, a la vez que abandona la toga suprema para atenderla, es, no cabe duda, la más destacada noticia de esta precampaña electoral, junto, claro está, con el nacimiento de la coalición Unidos Podemos. Del tablao político presentado por  Pedro Sánchez, la vieja troupe del carromato socialista, sobresale la invitada del Tribunal Supremo.

De su personalidad independiente, pueden dar testimonio cierto Barrionuevo, Vera, Corcuera, Pujol, Baltasar Garzón y Enrique Galindo. No pudo procesar a Jordi Pujol en 1985, altas instituciones del Estado protegieron al delincuente, pero sí pudo, en 1994, terminar con los mafiosos de los fondos reservados de Interior, abandonados a su suerte procesal por esas mismas instituciones que encubrieron al molt honorable presidente de la Generalitat. El socialista Gómez Benítez, el ex-juez Garzón y el ministro Gallardón también pueden dar fe de su independencia profesional ante partidos, gobiernos e instituciones. Cerrando ese indecente circo de Guadalajara, donde el viejo PSOE acudía a glorificar a todos sus delincuentes, Sánchez ha mostrado un coraje insospechado.

Al recurrir a esta atípica servidora del Estado, el líder socialista busca retomar la bandera de la lucha contra la corrupción. Parece evidente que el bipartidismo ha funcionado como un PRI español, que ha convertido al sistema en un enorme pudridero. Hasta tal punto que el PP parece más una organización mafiosa que un partido político. Significativamente se guarda un sonoro silencio sobre todos los corruptores, entidades privadas, que no andan demasiado lejos de un partido como Ciudadanos, que grita contra los corruptos de la derecha, pero ni siquiera dicen pío sobre quienes engrasan la corrupción del Partido Popular. El curriculum incorruptible de la señora Robles es toda una garantía de que tanto quien recibe como quien paga se sentará en el banquillo de los acusados.

Electoralmente hablando, el fichaje de la magistrada  llega tarde. Desde que  se arremangó en Interior, ha pasado casi un cuarto de siglo, un tiempo más que suficiente para que el PSOE hubiese cortado su propia gangrena. Además, este partido se encuentra en caída libre desde que en agosto de 2011 ilegalizó a Keynes con la reforma del artículo 135 de la Constitución. ¿Cómo aplicar hoy una práctica socialdemócrata, si ayer prohibió la teoría socialdemócrata? Por si fuera poco, el Pedro Sánchez encadenado del primer trimestre de este año, con el quiero pero no puedo gobernar, agrava sus perspectivas. La plusvalía política de Margarita Robles previsiblemente no será electoral, sino política. No será antes del 26 de junio, sino después, cuando Pedro Sánchez pueda rentabilizarla.

Margarita Robles es un vértice donde confluye toda la gran familia progresista española. Elegida por Sánchez, con buenas relaciones con Monedero e Iglesias, bien vista por Alberto Garzón, es una personalidad puente, en un momento en que desde la derecha se trata de dinamitar los pocos existentes entre el PSOE, Podemos, IU y confluencias. No es una independiente de puerta giratoria-como Piqué, Serra o Borrell, sino una figura de ida y muy difícil vuelta, por no decir que imposible, al Tribunal Supremo. Su valor añadido reside en que no es vetada, marcada con líneas rojas o rechazada por ninguna varilla del abanico de siglas progresistas. Es respetada, en tanto escapa de la rigidez de los partidos políticos.

Si tras el cierre de las urnas de este 26 de junio, la aritmética electoral de PSOE, Podemos, IU y confluencias es mayor que la de PP y Ciudadanos, esta mayoría de progreso debería de encontrar una fórmula gubernamental que soslaye los recelos que originan las posibles presidencias de Sánchez e Iglesias. Salvo que el PSOE apoye o se abstenga frente un gobierno de Rajoy con Rivera; es decir, que opte por su pasokización, los líderes progresistas están condenados a entenderse. La necesidad de salir de esa dialéctica infernal— con el PSOE no es posible y sin el PSOE tampoco— se planteará de forma ineludible. Cabe que sea  imposible la salida, pero es  urgente intentarla para extraer las consecuencias pertinentes. Dentro de las fuerzas progresistas, el dilema es cada vez más claro, o se opta ahora por un gobierno a la valenciana, o mañana se impondrá un gobierno a la griega.

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