El desconcierto

Paciencia política, impaciencia económica

Termina el verano como terminó el invierno. Entonces, fracasó la investidura de Sánchez; ahora, la de Rajoy. Ambas derrotas evidencian la profunda crisis del régimen político que vivimos, de la que no parece ser consciente el bipartidismo. Contrasta la paciencia política de los diputados con la impaciencia económica de los agentes sociales. El Congreso juega a la serie Borgen, mientras abajo, en la sociedad, prolifera la inquietud. La partitocracia, la politiquería y los politicastros están a la orden del día. Buena prueba de ello es que el programa común que Ciudadanos firmó con el PSOE en febrero y que ha firmado con el PP en agosto, idénticos en lo sustantivo, no desemboca en un gobierno ni tampoco en una alternativa progresista.

Sánchez tiene toda la razón cuando insiste en el no es no– una fuerza que se reclame de la izquierda nunca puede apoyar la unidad de la derecha (PP-Ciudadanos)–, pero la pierde al olvidar que estos dos monosílabos negativos, sino terminan en uno afirmativo a una opción de progreso, solo pueden favorecer a la derecha, como tendrá la ocasión de comprobar en unas nuevas urnas si es que se convocan. No va ser, desde luego, reeditando aquel carnaval del Gran Centro, propuesto desde un manifiesto publicado el mismo día de la intervención de Sánchez, como va a poder superar las trampas para elefantes que le preparan en el PSOE el próximo mes de octubre, si no se deja bien aconsejar por sus mayores en edad, saber y gobierno.

Jose María Maravall, ex ministro y  gran ideólogo del ibexsocialismo, se lo advertía a mediados de agosto en un interesante artículo publicado en un periódico amigo, cuando señalaba que "el PSOE puede hacer postureo, si le parece que tiene que hacerlo. Pero, en las presentes circunstancias, al final debe abstenerse". Este sociólogo de cabecera de González no es un burócrata más, al estilo de  Vara, Díaz o Page. Sabe muy bien lo que dice y por qué lo dice, y cuando lo hace está señalando lo que se está cocinando en Ferraz para evitar la vuelta a unas urnas que proporcionarían, son sus palabras, "una victoria mayor del PP y una nueva caída del PSOE, aún más con el espectáculo que están dando".

Esta presión política interna intenta emparedar a Sánchez, junto con la presión mediática externa, en busca de la abstención de los socialistas. Los poderosos saben que, tras estas dos  investiduras fallidas, no hay dos sin tres. Solo con Ciudadanos y el PSOE es tan imposible gobernar como solo con Ciudadanos y el PP. La conclusión es obvia. La próxima investidura de Rajoy debe ponerse en marcha con la abstención de Sánchez, tanto por aritmética parlamentaria como por cobertura política. El postureo de Sánchez tiene fecha de caducidad, que coincide con la del 25 de septiembre en que gallegos y vascos van a votar en las elecciones autonómicas si es que antes, con la Diada, los  soberanistas catalanes no la adelantan al día 11.

Ambas fechas pueden proporcionar las perchas que el PSOE necesita para vender la abstención a su muy desasosegado electorado. Bien porque con la irrupción de Podemos algún grupo nacionalista se vería obligado a dar sus votos a Rajoy, o porque el previsto hundimiento del PSOE generaría un seísmo político en Ferraz. La unidad de España, si los catalanes dan un nuevo paso cualitativo en su proceso independentista, facilitaría mucho la rectificación en nombre de la responsabilidad estatal. Este reajuste socialista, además, es estimado como una condición sine qua non por los poderosos para lograr una oposición con sentido de Estado. O sea, siempre atenta a sus intereses.

Únicamente Sánchez puede salvar a Sánchez de la humillación de la abstención. Cuenta con cinco millones de votos, doscientos mil militantes, aliados potenciales, además de la secretaría general, para transformar el no es no en un coherente sí a la unidad de las fuerzas progresistas del Estado español. Quienes le presionan para que el PSOE se sume al neoliberalismo político apenas son algo más que un lobby ibexsocialista, acompañado de un reducido grupúsculo de burócratas. Esa cesión táctica a la que le empujan, votar a Rajoy, sería un suicidio estratégico para el PSOE. Desde la genuflexión de Zapatero, en mayo de 2010, han perdido la mitad de sus votos; una nueva de Sánchez reforzaría muy considerablemente la hegemonía del PP.

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