El desconcierto

El harakiri de Podemos

Termina el año con la mayoría de la sociedad española  muy perpleja ante el inexistente debate de Podemos y con una minoría, muy bien asentada en los medios de comunicación, entusiasmada con las bofetadas dialécticas que se cruzan  los morados. Pese a contar con  unos 71 diputados, gobernar tanto comunidades como ayuntamientos y haberse convertido, además, en la segunda fuerza electoral– según todas las encuestas posteriores a la defenestración de Sánchez en el PSOE–, la formación morada da toda una lección insuperable de cómo no hay que hacer política. Si viviera Engels, reeditaría su conocido análisis sobre la actividad de los anarquistas españoles durante la I República. Imposible hacerlo peor en menos tiempo. Justo hoy cuando los socialistas forman la gran coalición vergonzante con el PP, apoyando el gobierno Rajoy, Podemos recupera los peores viejos vicios ácratas que contribuyeron a la derrota de la II República.

La ausencia de un debate profundo y riguroso, tan patente como la descarada lucha por las cuotas de poder interno, es sustituido por todo un abierto juicio de intenciones. Partiendo de la premisa de ser un espacio transversal –¿qué partido no es transversal?– y de pensarse como partido de gobierno –¿ existe alguno que no lo piense?– se acusa también a la corriente mayoritaria de Podemos de intentar refundar  Izquierda Unida. Sobre la base de la defensa de los intereses populares –¿ qué grupo político afirma lo contrario?– y la necesidad de combinar la lucha social en la calle con la parlamentaria –¿qué partido no la combina?– se acusa a la corriente minoritaria de intentar refundar ahora un PSOE honesto. Es bastante sorprendente que, cuando unos y otros, todos juntos, han terminado con las almas muertas de la vieja IU y con la impostura del viejo y corrupto PSOE, se intercambien estas acusaciones.

No cabe engañarse, ni engañar. Aquí y ahora no hay más discusión que el número de dirigentes en el Consejo Ciudadano, de cargos políticos y de liberados para cada corriente. Tantos votos, tantos puestos. Al menos, por el momento, esta miseria humana que acompaña siempre a la actividad política no va hoy arropada de proyecto alguno por mucho que se hable de él. Si existen programas, brillan por su desconocimiento. Hasta diciembre, no ha habido más diferencia que la de sumarse al fallido gobierno Rivera– Sánchez y, por supuesto, la campaña electoral del 26 de junio. No se ha visto, por lo tanto, que la disensión sea un problema en Podemos. Lo que sí lo es, según los medios, es ocupar y permanecer en puestos relevantes. El modelo Hernando, que pasó del "no es no" al "sí es sí"  de la noche a la mañana, no puede ser una alternativa en Podemos.

Nada que no se pueda resolver a través del diálogo y de la negociación. De lo contrario, Podemos se hundiría. La mayoría, aglutinada en torno a Pablo Iglesias, necesita a la corriente de Iñigo Errejón porque sin ella quedaría, volens nolens, arrinconada como lo estuvo  aquella vieja Izquierda Unida. La minoría de Errejón necesita a la mayoría de Iglesias porque sin ella no sería más que un PSOE bis destinado, más pronto que tarde, a sumarse al PSOE de Rubalcaba. Sería algo así como una profecía autocumplida para unos y otros pasar a reencarnar las dos siglas parasitarias del régimen del 78. De esa muy imperiosa necesidad común se desprende tanto la probabilidad de un acuerdo en Vistalegre II como la posibilidad de la presentación de dos candidaturas que certifiquen  los apoyos respectivos. Hoy por hoy, cabe la separación de Errején e Iglesias; nunca el divorcio.

Del enemigo, el consejo. Basta ver la fruición con la que los poderosos asisten a este espectáculo de Podemos, bien registrada por los medios de comunicación, para constatar como ven la ocasión de oro que estaban buscando para separar a las clases medias de las clases trabajadoras y reconducirlas hacia el bipartidismo. Adjudicando la supuesta representatividad de las primeras a Errejón, se habla del Podemos de Pozuelo, y de las segundas a Iglesias, también se habla del Podemos de Vallecas, se intenta quebrar toda su columna vertebral rompiendo el común denominador social de Podemos que ha roto con los estereotipados esquemas, tan rentables para la pareja bipartidista, de derecha e izquierda.  Podemos es justamente un estorbo porque suma las clases medias a las restantes clases de la sociedad, golpeadas por la política antisocial del PP y del PSOE

Hace ahora cien años, bolcheviques y mencheviques –traducido en castellano, mayoritarios y minoritarios– supieron convivir en una misma organización, Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, pese a todas sus visiones contradictorias sobre el carácter de la revolución hasta, lógicamente, el mismo estallido revolucionario. Es imposible, por lo tanto, que en este 2017 no puedan coexistir las corrientes de Podemos cuando en el orden del día no hay ningún otro objetivo político que la regeneración democrática de España. Si bien es cierto que la historia nos enseña no pocos casos de suicidios de partidos políticos,  nunca ninguno se ha abierto en canal delante de sus enemigos. Es impensable que Podemos opte por el harakiri a mitad de febrero justo cuando suene el chunda chunda de los poderosos en el Congreso del PP. El almirante Tojo se lo hizo nada más ser derrotado el Japón en la II Guerra Mundial, no deberían hacérselo Pablo Iglesias e Iñigo Errejón con la victoria de las fuerzas populares como horizonte.

 

Más Noticias