El desconcierto

Si Sánchez gana, Rajoy aún no perdería

La probable victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE, que serán una segunda moción de censura contra Rajoy en la persona de su candidata andaluza, no significará aún, sin embargo, la definitiva derrota del presidente de Gobierno. Porque la coalición de los cuatro anteriores secretarios generales -González, Almunia, Zapatero y Rubalcaba-, coordinados por este último desde su actual condición de consejero editorial del diario El País, puede todavía condicionar al resucitado quinto secretario general. Del mismo modo que aquel golpe del 1 de octubre, la defenestración habida en Ferraz, no pudo cerrar la crisis socialista, el previsible resultado del 21 de mayo tampoco va a ser ningún punto final. Pedro Sánchez recuperará lo que le arrebataron entonces con malas artes, el poder estatutario, pero no el poder real del que nunca dispuso. La dualidad de poderes resultantes condicionará el futuro a corto y medio plazo del PSOE.

Nada más sentarse en el despacho del que fuera echado a patadas, Sánchez se encontrará justo en la misma situación política en la que estaba antes del 1 octubre. Con el mayoritario respaldo de los militantes en las urnas, pero con la mayoritaria oposición del aparato en las estructuras de la organización. No hará la política de la candidata de Rajoy, faltaba más, pero tampoco podrá hacer la suya. En tanto que no se celebre el XXXIX Congreso, previsto hacia mitad de junio, se verá obligado a una tensa espera sin apenas poder contar con algún margen de maniobra. Necesitado, igualmente, del respaldo de los delegados congresistas, le tocará reunificar al PSOE desde, por y para la socialdemocracia, en un escenario social protagonizado por el estallido azimut de la corrupción del Partido Popular y sus consecuencias políticas.

De entrada, le perseguirán tanto el fantasma de Josep Borrell como el espectro de Zapatero. Ambos vencieron antes que Sánchez al aparato del PSOE, uno y otro fueron derrotados poco después por el mismo aparato. Apenas había vencido a Joaquín Almunia, Borrell fue liquidado por una filtración periodística de El Pais sobre la corrupción de dos de sus colaboradores cuando era ministro de Hacienda; no mucho más duró Rodríguez Zapatero quien, tras retirar las tropas invasoras de Irak, agotó todas sus fuerzas para quedarse convertido en un patético José Bono bis de infaustas repercusiones negativas para el PSOE. Aunque Pedro Sánchez no parece tener una mandíbula de cristal, como la que caracterizaba a Borrell según González, podrá desencajársela mañana algún fuego amigo con un nuevo dossier periodístico sobre él o sus familiares.

Presión interna sobre Sánchez que buscará una externa que pusiera palos bajo las ruedas de una potencial alternativa progresista, que es lo que preocupa al grupo de los cuatro anteriores secretarios generales. Quienes mantienen el no del PSOE a Podemos, necesitan simultáneamente el no de Podemos al PSOE para intentar castrar cualquier opción de gobierno contraria al actual gobierno de la corrupción. Si Podemos no supera hoy la tentación antisocialista de la vieja Izquierda Unida, como superó ayer la tentación prosocialista existente en la reciente asamblea de Vistalegre II, contribuirá a encajonar a Pedro Sánchez en su despacho de Ferraz. El viejo patriotismo de partido, que tanto ha perjudicado históricamente a las fuerzas progresistas, está ahora tan presente en las filas socialistas como en las moradas.

Alguien nada sospechoso como es el predicador neoliberal Luis Garicano, pone el dedo de la denuncia en la llaga corrupta del PP cuando advierte en un tuit que empieza la campaña para conseguir la impunidad para el caso de corrupción más grave (sumario Lezo) de la democracia. Campaña que se vería cortada en seco si un gobierno de progreso estuviera en condiciones de enviar al basurero de la historia al PP, el partido más corrupto de la historia de la Unión Europea. Esa misma operación, de la que habla el dirigente de Ciudadanos, necesita obstruir la existencia de una plataforma política decente que sanee la indecencia institucional que preside hoy toda la frágil arquitectura del Estado español. Si no pueden impedir el retorno de Sánchez a Ferraz, que vuelva maniatado.

Y es que cuando la correa aprieta, como bien señalaba el Frankfurter Allgemeine Zeitung, aludiendo a la traducción española de Gürtel, se impone una dieta de corruptos en el Partido Popular. Dieta que debe ser controlada desde, por y para la propia derecha; desde, por y para la Gran Coalición. Esa necesidad de lavar los trapos sucios en la casa común de la Triple Alianza exige que se cierre el paso a todo político ajeno a la corrupción. Mucho menos quien como Pedro Sánchez intenta emular al apóstol San Pedro agitando, de vez en cuando, las llaves de una alternativa progresista. De ahí que los cuatro anteriores secretarios generales del Partido Socialista podrían estar dispuestos, qué otro remedio les quedaría tras el previsible destrozo de su muñeca Susana Díaz, a aceptar un teórico no a Rajoy a cambio de un práctico no a Podemos. Pero todavía no ha cantado el gallo tres veces para saber qué hará Pedro.

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