El desconcierto

¡Arriba España! ¡Abajo los españoles!

Encuesta tras encuesta, sondeo tras sondeo, análisis tras análisis, lo señalan meridianamente claro. Partido Popular y Ciudadanos, más allá de sus rifirrafes personales, avanzan firmemente, si es que no han llegado ya, hacia la consecución de una próxima mayoría absoluta. No persiste más incógnita que la de  poder saber si será Rajoy o Rivera, absolutamente  irrelevante, quien mantenga o conquiste la hegemonía de la derecha española. Al  unísono grito de ¡Viva España!, por supuesto centralista, combinado con el ¡Abajo los españoles!, menos salarios con más recortes, populares y ciudadanos están ahora a punto de dar un espectacular vuelco electoral en la sociedad española. El viento de otoño ha barrido no pocas papeletas electorales de la izquierda.

La Generalitat de Cataluña les ha servido en bandeja esta victoria. Parafraseando a Engels, cuando afirmaba que los anarquistas españoles habían demostrado en 1873 de forma insuperable cómo no había que hacer una  revolución, los soberanistas catalanes vienen demostrando desde 2017 cómo no hay que hacer política. Es tal su desprecio de la correlación de fuerzas, el abecedario de la profesión política, que han pasado olímpicamente de una mínima política de alianzas en el Estado español, pensando que la Unión Europea era mucho más que un mercado prusiano. Alemania que impuso a Franco, lo mantuvo 40 años y lo sustituyó por el Borbón,  sostiene hoy el centralismo español.

Desde el 3 de octubre, en que sonó el cornetín de la Zarzuela, tocan el bombo de Manolo, Rajoy y Rivera. Es tal su tenso repicar que Ortuzar, líder del PNV, afirma que cabalga hoy por Madrid el Cid Campeador alanceando esos moros actuales que son todos los nacionalistas menos los nacionalistas españoles. No es para menos cuando en la ristra de despropósitos, en la que compiten PP y Cs, hay que sumar el penúltimo: rebajar la obligación del conocimiento de las lenguas cooficiales para tener acceso a un empleo público en las comunidades con un idioma propio. Es tal la insensatez  de ambas fuerzas que, en su pugna por la Moncloa, corren el riesgo de acabar exigiendo como el primer Franco, que se hable la lengua del Imperio.

Sobre Babieca cabalgan las albardas neoliberales del estalinismo de mercado. No hay mejor envoltorio para la mercancía neoliberal, que venden populares y ciudadanos, que la  apremiante llamada a filas del nacionalismo español. Así quienes van a ser sacrificados en al altar mercantil, acuden prestos a sacrificarse. Envueltos en un océano de banderas, alentados por el coro mediático, se disponen ahora a votar aquellas opciones que ensalzan tanto España como rebajan, recortan y explotan a los españoles. Nunca como en este febrero de 2018, la derecha carpetovetónica ha contado con una base social tan amplia en la que abundan clases medias y trabajadoras en primera posición de saludo a la rojigualda.

Enfrentar a los territorios para evitar el enfrentamiento social es el objetivo de esta política de la derecha. Es bien evidente en la política fiscal donde parece que los que pagan los impuestos son los territorios en vez de las mismas clases sociales. Así son vascos, acusados de escaquearse fiscalmente, o catalanes, sospechosos de buscar también el escaqueo, quienes aparecen como responsables de los  mermados ingresos públicos, cuando es  notorio que la desigualdad fiscal de los españoles va a la par de la creciente desigualdad social. No es nada casual este agit-pro territorial del Partido Popular y de Ciudadanos justo cuando van a redoblar con una vuelta de tuerka los recortes sociales.

Ya lo advirtió hace más de un siglo Joaquín Costa al exigir que se cerrara con siete candados el sepulcro del Cid Campeador. No fue así y la política regeneracionista del autor de "Oligarquía y caciquismo" fracasó entonces al permanecer abierto, entreabierto y mal cerrado, sucesivamente, dicho sepulcro a la largo del siglo XX. Tanto que ha bastado una movilización pacífica e ilegal del soberanismo catalán para que salte por los aires la losa que lo tapaba. Cien años después de la exigencia de Costa, esos siete candados son hoy más necesarios que entonces, aquellas misma élites e intereses que impidieron ayer el regeneracionismo de la sociedad española vuelven a impedirlo. Antes y ahora, lo social es inseparable de lo territorial. Sin solucionar lo uno imposible solucionar lo otro.

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