El desconcierto

Enterrar o resucitar el cadáver del 155

Este es el dilema al que se enfrenta el gobierno Sánchez cuando se celebra hoy en Cataluña la primera Diada sin Rajoy. Su ausencia permite celebrarla en un ambiente de diálogo, ajeno a las bravatadas compulsivas  de las anteriores. Cierto que no han variado nada las posiciones enrocadas de la Moncloa y de San Jaume; pero en ambos palacios se escucha con más atención a los interlocutores, como es obligado  entre demócratas. La reunión de la Junta de Seguridad, donde el ministro Marlaska ha dialogado con el president Quim Torra, es la penúltima prueba de esta distensión. Tan solo la herencia del 155– aunque no está vigente existen sus efectos penales– nubla el clima político.

Enterrar o resucitar el cadáver del 155 es también el dilema político que divide a las fuerzas parlamentarias. Dos bloques aglutinan a los partidarios de ambas posiciones. La actual mayoría parlamentaria busca como dar una digna sepultura al artículo 155 de la Constitución, al que nunca quisieron recurrir (seguramente, sin el discurso del 3 de octubre del Borbón, el PSOE no lo hubiese avalado); mientras, la minoría parlamentaria continúa su carrera desaforada hacia la resurrección del artículo 155, como camino más corto para reorientar el gobierno progresista de Sánchez en una alianza con la derecha de Casado o la extrema derecha de Rivera. Controversia jurídico-política que pasa, irreversiblemente, por confirmar esa aberración del delito de rebelión sobre los presos soberanistas.

El esperpento que fue ayer la inauguración del nuevo año judicial, donde se recuperó la crítica franquista a las instituciones judiciales europeas, pese a que el señor Llarena retiró la euroorden de detención al president de la Generalitat para evitar que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea pudiera pronunciarse, deja con  el culo judicial al aire al aparato leguleyo del 155. El desparpajo del señor Carlos Lesmes es proporcional al miedo del presidente Sánchez, la ministra Delgado y la fiscal general Segarra. Desde el momento  en que rectificaron su decisión de no apoyar la demanda de Llarena en Bruselas, tras toda una semana, se condenaron a ser el telón de fondo del esperpento de ayer.

Presión desde arriba, sobre los partidos que sostiene el gobierno Sánchez y presión desde abajo, en las calles catalanas, como la alegre muchachada, de hace unos días, de los encapuchados de Albert Rivera deshaciendo lazos y buscando el choque que relance el  ansiado 155 que reclaman cada vez que alguien defiende una España plural. Afortunadamente, el reciente acuerdo del ministro Marlaska con el president  Quim Torra, sobre la neutralidad de los lazos amarillo en los espacios públicos, reducirá las oportunidades de provocación, aunque esta dura beligerancia contra la libertad de expresión puede trasladarse también al mismo espacio privado. Porque lo que parece evidente es que Ciudadanos no va a renunciar a la más mínima posibilidad de envenenar el clima de diálogo.

Máxime, cuando Sánchez y Torra han coincidido en que la salida democrática a la crisis catalana pasa por la organización de un referéndum consultivo a los catalanes. Consulta indefinida por cuanto ni su naturaleza, ni su marco, ni su pregunta, ni incluso sus condiciones, encuentran, hoy por hoy, un denominador común. No es, por supuesto, mucho; pero tampoco es poco, aquí y ahora, sostener que no puede haber mas respuesta que la política, cuando hasta ahora se judicializaba la política para no hacer, precisamente, una política democrática. Pero también es obvio que este tímido paso apenas tiene recorrido alguno cuando se prepara un macro juicio, toda una nueva Causa General, contra el anterior gobierno de la Generalitat.

Lo que parece evidente es que Pedro Sánchez, si pudiera, rectificaría su apoyo de hace un año al 155. De ese fango, el polvo catalán que hoy puede asfixiarle. Pero además, si no se atreve a encararse con la minoría parlamentaria que vuelve a promoverlo, es bastante posible que la mayoría que actualmente lo sostiene se divida entre el PSOE y el resto de todas las fuerzas de izquierda y nacionalistas. O, lo que es lo mismo, se verá obligado a convocar elecciones generales mucho antes de lo que pensaba. Con el cadáver del 155 debería hacer lo que los indios cheyenes hacían cuando observaban pasos cerca de una tumba, lo desenterraban y le rompían piernas y brazos a fin de dejarle bien enterrado. Pero no parece que el presidente del Gobierno vaya a seguir este ejemplo.

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