El desconcierto

Casado, el eco de VOX

Cuando Aznar comparó, en la reciente convención del Partido Popular en Sevilla, el liderazgo de Casado con un castillo, olvidó añadir de naipes. En cuanto Santiago Abascal, en las triples urnas del 26 de mayo, recoja el trasvase de voto del PP a VOX, se reflejará electoralmente el error de quien, como Casado, ha elegido convertirse en el eco político de otra formación. Máxime cuando, como en esta ocasión, los españoles votarán simultaneamente en tres elecciones. Combatir a Abascal con las ideas de Abascal, como propone Casado, no es el camino para que el PP recupere el electorado que ha perdido en los últimos años. Todo lo contrario. Es el camino más rápido para que Rivera y Abascal derriben, finalmente, ese castillo de naipes que es el Partido Popular.

Quienes han puesto al galope el caballo blanco de Santiago, al grito de Santiago y cierra España, ahora, al calor del reto soberano de la Generalitat, recogen lo que sembraron. En ese pecado político, que ha socializado el nacionalismo español, se encuentra la tragicomedia que hoy viven los populares. Ya no marcha al paso o al trote, sino al galope. Ya no lo montan Aznar, Rivera o Casado, es Abascal quien lleva las bridas. Una vez derrotado el soberanismo catalán, cabalga desbocado hacia la Moncloa sin que los palafreneros de la diestra elitista consigan recuperar las riendas. Si alguien pensó que podía lanzarlo, y tras impedir que crezca la hierba catalana, frenarlo y hacerlo desaparecer, se ha equivocado.

La alarma de Aznar, Rivera y Casado es que ese nacionalismo español que han alimentado contra Cataluña, en defensa de la unidad de España, se ha entroncado con la derecha populista europea que en Francia, Italia, Holanda, Austria, Hungría y Polonia se levanta contra la hegemonía alemana en la Unión Europea. Del grito español contra Cataluña se está pasando al grito contra la Europa alemana. La coincidencia de Abascal con la cumbre de Visegrado, que cuestiona la política de Angela Merkel, es ya todo un auténtico rompecabezas para el euroilusionismo del Partido Popular y de Ciudadanos. No era esa la intención de Aznar y la FAES, pero ese es el resultado.

La profunda debilidad del PP y de Ciudadanos se evidencia en que no se atreven a plantar batalla a VOX. Casado es el papagayo de Abascal, Rivera hace oídos sordos a la cama redonda en la que participa con Abascal, y es únicamente este último líder quien marca conscientemente el rumbo político, diciendo lo que hace, el menage à trois, y haciendo lo que dice, participar del tripartito en la Junta de Andalucía. Curioso combate político el de Casado al abrazarse con quien se está sirviendo del PP como el mejor umbral político hacia la casa común de Abascal. Aquí no hay más cordón sanitario, del que tanto presumen, que el que les ata con la formación política que mejor expresa el nacionalismo español.

La cadena del 155, con la que ataron a Cataluña encadena hoy al PP y a Ciudadanos. Si la Generalitat es un nido de conspiraciones contra España, como no cesa de repetir la derecha elitista, entonces VOX tiene la razón cuando propone ir a fondo contra lo que califican como separatismo catalán. Es el discurso de Aznar, Rivera y Casado el que arrastra votos de la derecha hacia el nacionalismo de Abascal, quien no considera suficiente la rendición de la Generalitat sino que exige, además, un castigo penal tan duro como el que se prepara en el Tribunal Supremo. No es ese hoy el objetivo inmediato de la derecha elitista, pero van a remolque y no pueden oponerse. La maquinaria judicial en marcha es VOX con toga y las inminentes elecciones de mayo  bloquean la posibilidad de rectificación.

Esta parálisis del PP, incluso antes de que se derrumba como un castillo de naipes, proyecta la sombra de VOX sobre la probable última tentativa de frenar a Abascal. Un compromiso de Sánchez, Rivera y un sector minoritario menchevique, valga la redundancia, de Podemos se presentaría como una operación democrática para aislar a los dos extremos radicales del arco parlamentario. Así el veto a Santiago Abascal iría acompañado, a modo de compensación, del veto paralelo a Pablo Iglesias. La recomposición del actual mapa político, que se desarrolla hoy de forma espectacular, obedece a esa necesidad urgente de estabilizar el status quo tras un quinquenio de profunda inestabilidad.

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