El desconcierto

¿Por qué los sondeos anuncian el fracaso de Casado y Rivera?

Cuando todavía faltan dos días para el comienzo de la campaña electoral es ya una crónica anunciada la victoria espectacular de Sánchez. Según todos los sondeos, el PSOE barre electoralmente, el PP se hunde, Ciudadanos ni siquiera alcanza el tan ansiado sorpasso, y Vox avanza sigilosamente, dado que los encuestadores divergen sobre el porcentaje de aumento del nacionalpopulismo. Pero, aunque no se pueda descifrar este potencial voto oculto, debe ser el suficiente para que el Partido Popular consiga su peor resultado electoral.  Casado se salva de ser adelantado por Rivera, gracias a que la derecha nacionalpopulista de Abascal muerde una buena  tajada de votos de la derecha elitista  de Ciudadanos, que contemplan a Vox como un instrumento de la defensa del interés nacional.

Solo Abascal  celebrará la noche del 28 de abril su avance electoral, mientras que Casado y Rivera llorarán por haber sido los costaleros de Vox en esta auténtica semana de Pasión de la derecha . Si el PP y  Cs  compiten, en llevar en procesión el paso de Vox  hasta las urnas, nada más coherente que la derecha nacionalpopulista vaya a  celebrar su éxito en el mismo momento en que la derecha elitista comprueba que su electorado común vota el original de Vox en vez de la copia del PP o Cs. Aquella definición, del mismo rey  Juan Carlos, al calificar a Carlos Arias Navarro, justo antes de darle el finiquito, como  un error sin paliativos, se  ajusta hoy como un guante tanto a Casado como a Rivera. Desde aquel ridículo sonado del  entonces aspirante a líder del PP,  Antonio Hernández Mancha, frente a Felipe González, nunca la derecha había  vuelto a faltarse el respeto a sí misma como lo hace ahora con Casado y Rivera faltándoselo a Sánchez.

Esas manos manchadas de sangre, preferidas del presidente del Gobierno, es la última calumnia salida del imaginario enloquecido de un Pablo Casado que intenta sumar la pasada cuestión vasca a la presente conflictividad catalana. El penúltimo desvarío, sin más, de un desconocido partido conservador. Tanto es así que los altos cargos de la Administración, que ocupaban sus principales escaños, han sido sustituidos por una retahíla de hijos de papá, marquesas, toreros y plumillas, sin más lealtades políticas que la que mantienen con quien les  contrató.  Por no hablar de Albert Rivera, que lleva como candidato en Barcelona a un político francés fichado para, eso asegura, defender España. Este insólito fichaje, junto con el  peculiar  perfil del grupo parlamentario del Partido Popular, será,  a partir del 28 de abril, todo un regalo político para el nacionalpopulismo de Abascal.

Las tres derechas, concebidas en el laboratorio facha de la Faes, se configuran ya como un bumerán directo a estrellarse en las caras de Casado y Rivera el próximo 28 de abril. No así  en la de Abascal, que previsiblemente se colocará en la rampa de lanzamiento de cara a un futuro político en el que seguirá marcando el rumbo al Partido Popular y a Ciudadanos, pese a los probables intentos elitistas de romper la mayoría progresista del próximo gobierno de Sánchez. Desde junio pasado, cuando el PSOE volvió a la Moncloa tras barrer la basura del PP, este partido y Ciudadanos no han dejado de trabajar por la recuperación de los mejores tiempos del PSOE para gran asombro de los propios viejos socialistas que intentaron defenestrar a Sánchez. Cada vez que hablan, amplían la base electoral del PSOE, hacia el centro, con electores cansados de tanta insensatez como la encarnada por las tres derechas.

Pese a los muchos problemas que agobian hoy a los españoles, fundamentalmente de índole socioeconómica, afortunadamente,  no hay una apuesta mayoritaria por la involución. Es precisamente ese programa común de las tres derechas– recentralización del Estado, recortes sociales, retroceso legislativo en derechos civiles–  el que explica por qué  Sánchez les acabará derrotando. El ansia real de la mayoría de la sociedad española – descentralización profunda de la España de las Autonomías, reversión de los recortes y desarrollo de las libertades– es el que demuestra hoy la creciente hegemonía del PSOE, cuando sólo ha gobernado apenas  ocho meses. Sobre todo, porque hoy impulsa el diálogo como medio esencial de abordar los conflictos políticos. Este es el dilema actual que determina el 28 de abril: diálogo, democracia o imposición, involución.

Parece tarde para que la derecha cambie. Esta campaña electoral va a ser un auténtico vía crucis político para  Pablo Casado y Albert Rivera. Obligados, por exigencia de un guión muy mal elaborado por Aznar, a decir barbaridades sin  ton ni son, aún a sabiendas de su equivocación. Ya sólo les queda seguir repitiendo lo que propone Vox para  evitar que sus electores no sigan a esa formación. Pese a que el guionista, el caudillo de las Azores, trata de corregir su fallo apelando al voto útil para el PP, no son pocos los votantes de PP y Cs que creen que no hay más voto útil que el de Abascal. Cuando se describe a España al borde del Apocalipsis, como hacen las tres derechas, no hay más jinete para combatirlo que Vox, que piensa mucho más en el día después del 28 de abril que en unas elecciones que considera como una etapa más de una estrategia de largo alcance. En el pecado llevan la penitencia tanto Casado como Rivera.

 

 

 

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