El desconcierto

Sánchez y el síndrome de Sansón

Junio de 2019 lleva camino de reproducir junio de 2018. O sea, la primera investidura de Sánchez podría ser el modelo de la segunda investidura de Sánchez. Salvo que el presidente de Gobierno en funciones alcanzase un pacto de legislatura. De no ser así, y todo parece indicar que no lo alcanzará, correspondería a quienes no son del PSOE ni del PP, Ciudadanos y Vox, elegir hoy entre la propuesta socialista de investir a Sánchez o la propuesta de las tres derechas de embestirle. Ni siquiera cabe el recurso a la abstención, porque apenas sería un disfraz de la embestida. Como en la moción de censura de ahora hace justo un año, hay que votar por la investidura de Sánchez o o por la embestidura de Casado, Rivera y Abascal.

La experiencia infantil de Madrid– Iñigo Errejón y Pablo Iglesias a guantazos por la piel del oso de Colón que aún no habían cazado– está en la memoria de las fuerzas progresistas. Parafraseando a Engels, cuando analizaba la política del cantón de Cartagena durante la I República, Podemos, Más Madrid y Carmena, que no se sabe bien por qué se metió en la camisa de once varas moradas, han dado toda una lección insuperable de cómo no se debe hacer política. No cabe duda  que haber perdido el poder municipal, y no haber conseguido además el autonómico, es hoy toda una advertencia, sobre todo cuando está en juego el Gobierno central. Quien se vea tentado de repetir los juegos de Madrid ya sabe a lo que se expone.

No es fácil de asimilar, desde luego, para quienes soñaban con el viaje al centro del PSOE y las amistades peligrosas con Rivera. El PSOE está donde está desde la rebelión victoriosa de Sánchez, Rivera tampoco se ha movido ni un milímetro de su apuesta involucionista, luego no cabe coartada alguna para eludir la clara elección que se impone en esta votación sobre la investidura de la próxima primera quincena de julio. O suman la mayoría a favor de investirle, la opción de progreso, o suman la mayoría a favor de embestirle, la opción de la involución. Dicho de otro modo, o reeditan la unidad progresista que expulsó a Rajoy de la Moncloa por corrupto, o la quiebran abriendo a medio plazo las puertas de la Moncloa a las tres derechas.

Justamente por ello, los progresistas navarros, que se enfrentan a la última carga de la Brigada Navarra, han sabido llegar a un acuerdo para que el Gobierno de esa autonomía no vuelva a caer en manos involucionistas. Es una victoria, dada la enorme presión a la que han estado sometidos los socialistas para que no pactaran con Geroa Bai, pese a que va a ser una socialista, María Chivite, la presidenta. Pacto político transversal que trasciende el territorio navarro puesto que viene a marcar un claro rumbo para las fuerzas de izquierda, sean estatales o nacionales, que gire sobre la base de la unidad de acción en defensa de las libertades democráticas. De igual manera que no tendríamos la Constitución de 1978 si la izquierda española no hubiese ido de la mano nacionalista, también en 2019 es imposible defenderla si ambas fuerzas no saben unirse para impedir la vuelta a los tiempos preconstitucionales de Arias Navarro.

El eje de la actual coyuntura política, por encima de la lucha de egos que la corroe, es la consecución de un claro programa progresista que aborde los muy graves problemas de la sociedad española. Programa vinculante que obligue a todas aquellas fuerzas que lo suscriban. Ese programa común es hoy el denominador común de la izquierda española. Sin su elaboración y aprobación, cualquier otra consideración es superflua e invierte el orden de los factores de toda negociación política. Aquel "programa, programa, programa" que se proclamaba ayer, no deja de ser ahora la clave esencial de todo entendimiento de las izquierdas. Sin ese preciso paquete de medidas, el resto, como diría Hamlet, no son más que palabras, palabras y palabras.

Madrid demuestra a las claras, frente a los acuerdos de Navarra, Canarias, Valencia y La Rioja, que el síndrome de Sansón continua presente en la izquierda española. Ese, ¡que muera Sansón para que mueran los filisteos de Sánchez!, salta a la vista en las declaraciones y  análisis de los que, no se sabe bien por qué, se autoconsideran la vanguardia progresista. Tanto como ese ansia ilusa de que Rivera pacte con el PSOE tras una improbable investidura fallida. Que se anteponga el carro de los intereses burocráticos por delante de los bueyes de la unidad de izquierda, es el placentero sueño de verano de Casado, Rivera y Abascal. Si en mayo traspasaron las puertas del palacio de Comunicaciones,  ¿por qué no las del palacio de Moncloa en julio?

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