El desconcierto

Cinco urnas con vistas a Cataluña

El gesto despectivo de  Quim Torra a Pedro Sánchez, despreciando de antemano la anunciada llamada de la Moncloa, era  bastante previsible dado el intenso tufo a café para todos de Clavero Arévalo que despedía. Pero incluso sin ese olor, el desdén manifiesto hubiera sido el mismo ya que así devaluaba este acuerdo de los socialistas con los republicanos.  El largo compás de espera que se ha abierto, tras el aplazamiento sine die de las reuniones entre el PSOE y ERC, favorece todo este tipo de desplantes cutres que protagonizan también barones territoriales del socialismo. Se da la paradoja de que el miedo a unas terceras urnas generales, invocadas por Pedro Sánchez en su rueda de prensa, impulsa la necesidad de un acuerdo que las evite, pero a la vez el miedo a otras cuatro urnas autonómicas paraliza ese impulso.

La convocatoria de elecciones autonómicas en Cataluña,  bastante probable, frena la firme voluntad negociadora de ERC preocupada, lógicamente, por no perder la hegemonía en la sociedad catalana. Perspectiva electoral enmarcada en un horizonte  nada favorable al diálogo político en la misma medida en que pronto van a producirse relevantes decisiones judiciales, policiales y penales. Aunque Unidas Podemos no se sienta en la mesa negociadora con ERC y PSOE, los republicanos no han dejado de tomar nota, además, del cambio de valoración de Pablo Iglesias sobre la Corona. Si hace justo un año, el 28 de noviembre, el líder de UP escribía en El País que  "el 3 de octubre debilitó a Felipe VI que no fue capaz de erigirse como símbolo del diálogo", a primero de diciembre de 2019 afirmaba en un acto público que "no creo que la monarquía esté en crisis en España".

No menos preocupa a los barones territoriales del PSOE en Aragón y Castilla La Mancha y probablemente a los líderes de Andalucía y Extremadura, la repercusión electoral de un acuerdo entre el PSOE y ERC cuando se abran las urnas aragonesas y castellanas. Aún no se ha pactado nada y ya García Page y Lambán ponen el grito en el cielo. Tanto si hay acuerdo como si fracasa la negociación, se multiplican los avisos a Ferraz o directamente al Partido Socialista Catalán. Pese a que la inmensa mayoría de los militantes del PSOE han apoyado en una consulta interna la gestión de  Pedro Sánchez, los citados barones calculan sobre el colegio electoral y nunca sobre la militancia. Quien reduzca estas diferencias a meras luchas personales de los líderes políticos no tiene en cuenta el mapa socialista  que, al ser fiel reflejo de la sociedad española, reproduce sus tensiones territoriales.

Llama la atención que, igualmente, el socio fiel por excelencia de Sánchez, el presidente cántabro Revilla, condicione su apoyo al previo conocimiento del hipotético acuerdo que pudieran firmar los socialistas con los republicanos. Carece de sentido que Miguel Angel Revilla pueda tener duda alguna sobre lo que pudiera rubricar su amigo Sánchez, pero no debe suceder lo mismo con la mayoría de los electores cántabros que le votan. Sólo así puede explicarse que quien le ha dado el único escaño en las dos últimas investiduras fallidas se lo piense ahora dos veces antes de dárselo hoy por tercera vez. Si bien Revilla es incondicional de Sánchez, no quiere firmarle un cheque en blanco que le pase factura en las siguientes elecciones autonómicas de Cantabria.

Por ello, probablemente, Sánchez ha citado a Pablo Casado e Inés Arrimadas en la Moncloa, a pesar de  que el líder del PP ha sacado del baúl de los viejos recuerdos familiares la tesis de Jaime Mayor Oreja según la cual  ETA continúa hoy su lucha de ayer a través del soberanismo catalán. Tanto para sondear una posible alternativa, si mañana el republicanismo no se abstiene en su investidura, como para poder endosar la responsabilidad de una posible tercera convocatoria electoral al Partido Popular. No lo haría si solo  quedaran dos flecos por negociar. Lo que ocurre es que ni  Pedro Sánchez ni ninguno de los restantes protagonistas de esta negociación conoce su probable desenlace. Esta partida a cuatro bandas políticas que se desarrolla simultáneamente en Madrid y Barcelona va objetivamente más allá de los cálculos subjetivos de sus jugadores.

Sánchez se encuentra en un laberinto con difícil salida. Su larga conversación con el Jefe del Estado, alrededor de hora y media, indica la gravedad de la situación. En una coyuntura análoga, su predecesor Rajoy pudo salvarse solo gracias al golpe de estado interno del PSOE que defenestró al hoy candidato, pero no parece probable que en el PP se haga lo mismo con Casado. Ni tampoco parece que  Inés Arrimadas vaya a prestarse  en solitario a darle los escaños que el presidente necesitaría si no se llega al acuerdo con los republicanos. Depende de que ERC opte por apoyar la investidura para encauzar una posible salida al histórico problema catalán, o que considere que sin previamente encauzar el conflicto no cabe investir a Pedro Sánchez. No deja de ser toda una ironía de la historia que la respuesta a esta crisis de la Monarquía constitucional dependa de un partido republicano.

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