El desconcierto

La crisis de las tijeras

Aunque en la historia económica el fenómeno de la crisis de las tijeras se refiere al desnivel de precios de los productos industriales con los agrarios, cabe por extensión utilizar esta expresión cuando se registra a la vez un aumento creciente de gasto público y una disminución progresiva de los ingresos públicos. Esa imagen de las dos hojas abiertas de una tijera es una metáfora eficaz de la crisis a la que se enfrenta  hoy Pedro Sánchez, como consecuencia de los efectos devastadores de la pandemia en el tejido económico social de la sociedad española. Cerrarlas cuanto antes es el objetivo indiscutible, pero cómo cerrarlas es el problema aún no resuelto.

No lo tiene claro ni el propio Gobierno, a juzgar por el mismo borrador de sus conclusiones sobre la reconstrucción, si se exceptúa la desaparición del impuesto a las grandes fortunas anunciado a bombo y platillo. Es una crónica abstracta, repleta de buenas intenciones, sin apenas nada concreto salvo este impuesto hoy desvanecido. A la pregunta clave sobre cómo se cierra la tijera, con más deuda o con más impuestos, no hay respuesta alguna porque, probablemente, el gobierno de Sánchez espera negociarla no solo con la mayoría aritmética con la que cuenta, sino sobre todo con una mayoría social que vaya más allá de la izquierda y con una mayoría política en el parlamento que supere la minoría mayoritaria del bloque de investidura.

La Moncloa ha tomado buena nota de la autodisolución de los dos bloques políticos. Esquerra Republicana ha roto la unidad de la izquierda, Vox hace trizas cada día la foto del trío de Colón. Se impone la transversalidad política y social. Buen reflejo de esta nueva realidad sociopolítica es el importante papel que empieza a jugar Ciudadanos con solo una decena de escaños. La reaparición del centro derecha, despilfarrado muy torpemente por Albert Rivera, reabre un nuevo espacio vital para el Gobierno de Sánchez a la vez que aleja bastante al Partido Popular de las amistades peligrosas con Vox. Baste señalar que si antes del pasado noviembre Ciudadanos hubiese actuado como lo hace hoy, otro sería el gobierno.

Simultáneamente, Antonio Garamendi, patrón de patronos, ha recuperado la CEOE inicial de Carlos Ferrer, superando tanto la burocracia verticalista de José María Cuevas como la mafiosa de Díez Ferrán. Con todo el apoyo de la Banca y principales empresarios es un importante factor político que sustituye a un PP bastante desnortado por un Casado seducido por Abascal. La lección política que da la derecha económica a la política es meridiana. No se trata de echar a Pedro Sánchez de la Moncloa sino de pactar con su gobierno la salida de la crisis de las tijeras. La estabilidad política es siempre condición sine qua non a la estabilidad presupuestaria que se busca negociar antes de septiembre.

¿Qué Presupuesto? ¿Con qué mayoría? Son las dos interrogantes de esta negociación. No para derribar al Gobierno, ni mucho menos para romperlo, insistimos, sino para encontrar un buen común denominador basado en el acuerdo parlamentario más amplio. Lo que, evidentemente, incluye cesiones mutuas como las habidas en los pactos de la Moncloa. Porque la correlación de fuerzas sociales y políticas, más la coyuntura dramática de la pandemia, no deja margen alguno a ninguna otra alternativa socioeconómica salvo que se opte por el aventurerismo político. Ni mucho menos apostar por cerrar la crisis de las tijeras cortando el tejido productivo. No queda más opción que el pacto.

La Moncloa bien vale un pacto. Del mismo modo que ayer un pacto le sirvió a Sánchez para ocuparla, puede que otro pacto le sirva para mantenerse en dicho palacio hasta 2023. No se busca sustituir un pacto por otro, lo que se impone es ampliar el primero con el segundo. Tan cierto como que sin el primero Pedro Sánchez no sería presidente, lo es que sin el segundo podría no seguir siéndolo, porque el peligro  cierto de las tijeras es que si no se sabe uno manejarlas con eficacia es bastante posible que se las clave. No es el caso del presidente del Gobierno, por supuesto, pero no es lo mismo enfrentarse a un torpe Pablo Casado al frente de la derecha política que a un lúcido Antonio Garamendi al frente de la derecha económica.

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