El desconcierto

La Generalitat y el cocidito madrileño

A unos días del comienzo de la campaña electoral catalana,  el viento de la nostalgia del 1 de octubre de 2017, sopla con fuerza en los cuarteles de los partidos soberanistas en vísperas del 14 de febrero.  La caricatura del procés de otoño de hace algo más de tres años parece envolver el invierno de 2021 como si continuase en la Moncloa Mariano Rajoy y la vicepresidenta Soraya Saéz de Santamaría estuviese a punto de ordenar al coronel Pérez de los Cobos la última carga contra los electores catalanes. Hoy hasta la misma Esquerra Republicana, ansiosa por importar a Cataluña su alianza con el PSOE en el Estado, descalifica la fecha de las elecciones autonómicas como un nuevo 155 encubierto. Echan de menos el cocidito madrileño de Rajoy.

Ya se sabe. Centralismo a tutiplen,  bien adobado de rojigualdas, regado de lengua vehicular, elaborado por jueces ad hoc, vigilado por tricornios, controlado por policía patriótica y vendido por los medios habituales, fue el menú de hace tres años tan añorado hoy por todos los tirios del españolismo como por los troyanos del catalanismo.  Por desgracia para los amigos del enfrentamiento nacional, los de Barcelona y los de Madrid, ya no figura en la carta de la Moncloa, y unas urnas catalanas sin su fuerte sabor, claro está, no son las urnas como Dios manda. De ahí la tentativa de retrasarlas a final de año, para ver si hasta entonces vuelve a cocinarse el cocidito madrileño.

Como si quisieran dar la razón a  Marx, cuando afirmaba que la historia se repite en forma de farsa, asistimos a este carnaval en el que Aragonés  -lleva un año negociando con Sánchez- arremete contra la Moncloa.  Ante el temor originado por diversas encuestas, que difuminan el espejismo electoral de Esquerra Republicana, reacciona como si el 14 de febrero fuese un 1 de octubre con un 155: policías, guardias civiles, jueces o ministros asediando Barcelona. Desde que Sánchez desmontó los railes del choque de trenes entre nacionalistas catalanes y patriotas españoles, los que viajaban en sus vagones echan de menos tanto el paisaje como el paisanaje. Sin el cocido del PP la vida es dura

Nada más ridículo que recrear aquel 1 de octubre de 2017 en medio de una larga e intensa pandemia, como la que  vivimos, y de una crisis económica como la que padecemos. La salud y el trabajo están muy por encima de la guerra de banderas como lo indican todos lo sondeos salvo, claro está, para una minoría siempre inasequible  al desaliento del sillón. Estos republicanos  catalanes recuerdan a aquellos falangistas bien apoltronados en los sillones de los Consejos de Ministros de Franco, que preconizaban sin cesar la revolución pendiente al tiempo que entonaban su himno: no queremos reyes idiotas que no sepan gobernar.

La cuestión es mucho más prosaica, muy alejada de la épica. Aquí y ahora lo que se ventila en las urnas catalanas es solo la gestión de un gobierno que ni siquiera ha sabido redactar correctamente un decreto para retrasar sine die-lo de mayo no era más que una claúsula de estilo- la  votación. Ni  Torra, ni  Aragonés, pueden presentar un buen balance en lo político, económico, social y, mucho menos, en lo sanitario.  Artur Más y Puigdemont denunciaban a Madrid, porque Rajoy les hacía la campaña electoral, pero la Generalitat saliente no puede hoy seguir justificando su muy pobre balance gubernamental con el cocidito madrileño. En los fogones madrileños el chef es Sánchez.

No se puede vivir de un fracaso tan rotundo como el protagonizado por el procés; si en Cataluña no se opera el aggiornamiento de los dos partidos nacionalistas de Euskadi, el soberanismo catalán no saldrá del callejón sin salida en el que se encuentra. Tanto el PNV, tras la derrota del Plan Ibarretxe , como Herri Batasuna, después del bloqueo del pacto  de Lizarra, reconvirtieron sus respectivas estrategias políticas con resultados electorales espectaculares en ambas formaciones. Hoy por hoy, no ha surgido aún un Urkullu ni un Otegi en las formaciones soberanistas catalanas. Es su problema fundamental cuando Pedro Sánchez, en cambio, acaba de terminar con el cocidito madrileño.

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