El desconcierto

Sánchez con la OTAN, pero sin la OTAN

Sánchez con la OTAN, pero sin la OTAN
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c) conversa con el mandatario de Estados Unidos, Joe Biden (d).- EFE

Lo menos interesante de la cumbre de la Otan en Bruselas, pese a los titulares periodísticos de hoy, es la foto de los cincuenta segundos del paseíllo de Sánchez con Biden. Un fallo más de comunicación de la Moncloa, vendida previamente como lo que no era; una insignificancia política comparada con la densidad de los temas que se abordan en esta reunión del Tratado del Atlántico Norte. Puede ser espectacular en nuestro país, pero no pasa de ser una anécdota si se tiene en cuenta que, por ejemplo, Sánchez es el único presidente de los treinta asistentes que está con la OTAN, pero sin la OTAN en parte de su territorio situado en el norte de Africa. De todas las herencias recibidas por el Gobierno progresista es la más olvidada y la que encierra más peligros.

España ingresó deprisa y corriendo en la OTAN de la mano de un Calvo Sotelo  mucho más preocupado por insertar a  todos los militares en las estructuras militares occidentales que por las condiciones de la inserción. Así Melilla y Ceuta, dos ciudades autónomas norteafricanas, quedaron fuera de la cobertura defensiva de la OTAN, pese a que Argelia, cuando aún estaba bajo soberanía de Francia, fue reconocida ya entonces como un territorio francés por los mandos de este bloque militar. Con este precedente, que se produjo en la misma gestación de la OTAN, no hubiera costado mucho trabajo al presidente Calvo Sotelo, en 1982, que esos territorios norteafricanos españoles hubiesen tenido un estatus idéntico al territorio bajo bandera francesa.

Ese olvido, voluntario o involuntario, hace que España, que gasta unos mil millones de euros mensuales en la OTAN, no pueda hoy recurrir al artículo 5º de esta organización militar para defender Melilla y Ceuta. El general Franco se vio obligado a retirarse de la guerra de Ifni, en 1957, porque el tratado de 1953 con los Estados Unidos impedía usarlo contra Rabat. Ni Adolfo Suárez, González, Aznar o Zapatero intentaron en su día modificar esta crucial cláusula leonina, y no está claro que si lo hubiesen intentado lo hubieran logrado. Las siempre excelentes relaciones con el amable vecino de enfrente, como bien reza el eslogan turístico marroquí, ni siquiera lo planteaban .Salvo la cómica astracanada de Perejil, España lleva cuatro décadas de buena vecindad.

La decisión de Trump de reconocer el Sahara como territorio de Marruecos, mantenida por Biden, ha hecho que los vecinos rompan esta buena relación y se haya entrado en una seria espiral de amenazas inquietantes. La cuestión de los inmigrantes en el Tarajal y la posible exigencia de visados para entrar o salir de Melilla y Ceuta, no son más que unos primeros avisos sobre a donde puede conducir la tensión entre Rabat y Madrid. No parece que los Estados Unidos, por otra parte, cambien de política exterior según el inquilino de la Casa Blanca, tal como se especula infundadamente, y rectifique el acuerdo triple -Israel, Estados Unidos, Marruecos- que reconoce al Sahara como marroquí.

Da igual que Pedro Sánchez disponga de cincuenta segundos o cincuenta horas para hablar con Biden, es una cuestión que solo interesa a los pésimos publicistas, porque el futuro político del Sahara envenena los sueños  de Moncloa. Cabe mejorar las relaciones con Marruecos, cabe incluir a Melilla y Ceuta en el artículo 5  de la OTAN, pero no cabe empeorarlas o no incluirlas, y mucho menos mejorarlas incluyendo a las dos ciudades norteafricanas en la OTAN. Ninguno de los cuatro presidentes de gobierno españoles citados se vio emplazado ayer como se ve hoy Sánchez. Si algo puede indicar la foto de los pasillos de Bruselas, es que Biden no está ni se le espera en el conflicto que enfrenta a Rabat con Madrid.

 

 

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