El desconcierto

Casado gana, Ayuso vence

Casado gana, Ayuso vence
El presidente del PP, Pablo Casado, saluda a los militantes a su llegada a la Plaza de Toros de Valencia, donde cerró el domingo la Convención Nacional.- EFE / Manuel Bruque

El discurso con el que Pablo Casado cerró la Convención del Partido Popular, plagado de no pocas propuestas preconstitucionales, indica bien a las claras que ganó tanto como venció Ayuso. Es el candidato, pero con el programa de la presidenta de Madrid. Dicho en términos balompédicos, dejó pasar el balón de la involución sin dejar pasar al jugador. O sea, metió un autogol en la propia portería de Génova ante el gozo de unos 8000 simpatizantes de Vox apelotonados en la plaza de Toros de Valencia. No faltó nada. Ni el más mínimo detalle ultra: el váyase de Aznar, la X del Gal, la conspiración autonómica, los rituales gritos patrioteros de rigor y el himno nacional.

En el palco, dirigentes del centro derecha, firmes el ademán como Feijóo y Moreno Bonilla, se suman a la exaltación del líder del PP con la secreta esperanza de que pueda frenar la avalancha preconstitucional  que se les viene encima. Impotentes, reeditan aquella equívoca actitud de Gil Robles en la década de los treinta, ante la Falange de Primo de Rivera y la ambigua actitud de Franco, al que hasta llegó a nombrar como Jefe de Estado Mayor del Ejército. Incapaces de reaccionar, ponen una vela a Dios y otra al Diablo con el fin de poder terminar con el PSOE cuanto antes para que un hipotético gobierno de Casado con Abascal pueda enmudecer ese voxerío que se apodera del Partido Popular. Empeño extraordinariamente difícil.

La  creciente hegemonía cultural de Vox sobre la derecha española es el principal factor que explica la deriva de los populares. Como el personaje de Molière, el Partido Popular habla en la prosa de Abascal sin saberlo. Se trate de lo que se trate, el  lenguaje del centro derecha es como el latín de los obispos mientras son cada vez más los asiduos fieles que rezan en castellano. Ni siquiera el desencanto de los electores con Ciudadanos, asilados ahora en el PP, puede beneficiar a Feijóo, puesto que habituados a la retórica joseantoniana de Rivera sobre Cataluña se inclinan más bien por escuchar a  Isabel Ayuso. Ni con Vox (Casado), ni sin Vox (Feijóo) tienen remedio los males del PP. Solo contra Vox, como hace la derecha alemana (Merkel) o francesa (Macron) podrían tenerlo; pero nadie en el PP se atreve hoy a levantar esa bandera.

Con el rotundo programa de la involución presentado por el líder del PP, prometiendo la derogación de todas las leyes de lo que llama el trienio negro de Pedro Sánchez, va a ser muy difícil que gane las elecciones y si ganara que pueda gobernar. No les queda más alternativa política viable que la ingobernabilidad. O sea, la de no gobernar o no dejar gobernar como vienen intentando desde hace tres años. En los que su principal triunfo ha sido la apabullante victoria de Madrid, donde ayudados por la torpeza de algunos aventureros gubernamentales, hoy despedidos por Sánchez, han situado el cuartel general de la alternativa de la involución. Con razón dice Ayuso con sorna que se queda en Madrid, sede de la Moncloa.

Con un liderazgo que no existe, una catástrofe que no llega, un programa preconstitucional y un aliado indeseable, el PP reedita sin corregir en 2021 la desgraciada experiencia de Antonio Hernández Mancha. El imparable ascenso de Vox le hunde todavía mucho más porque apunta hoy, salvo que el centro derecha reaccione, hacia un nuevo bipartidismo PSOE-Vox que suceda al reaparecido PSOE-PP. Los socialistas no tienen más que distribuir el vídeo con el discurso de Pablo Casado en Valencia para multiplicar hoy sus muchos peces y panes electorales sin necesidad de intervención divina. Nada puede movilizar más a los demócratas que una propuesta de retroceso político preconstitucional encabezada por el PP y Vox.

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