El desconcierto

La desestabilización del binomio Sánchez–Díaz

La desestabilización del binomio Sánchez–Díaz
El líder del PP, Pablo Casado, responde a los medios durante una visita al Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo (FCMVT), a 22 de noviembre de 2021, en Vitoria, Euskadi, (España).- Iñaki Berasaluce / Europa Press

Mientras que por la mañana llama a todos los empresarios a no negociar con el Gobierno, por la tarde contacta con los sindicalistas para que se movilicen contra el pacto social. Cualquier conflicto laboral es útil. Desde  metalúrgicos a  ganaderos, policías, transportistas o guardias civiles. Casado se apunta al anarcosindicalismo y apela a la  movilización contra la Moncloa. Por la senda recorrida por Hernández Mancha el 14 de diciembre de 1988 , cuando la huelga general contra  Felipe González, intenta que los trabajadores le ayuden ahora a desestabilizar el escenario político justo cuando va a iniciarse la segunda mitad de la legislatura. Dos años más de gobierno de Sánchez y Díaz, sería la crónica anunciada de su muerte política

Este Novecento de Casado busca la convocatoria anticipada de elecciones generales. Se trataría de matar tres pájaros de un tiro electoral. Por un lado, superar la creciente imagen de  división del Partido Popular mayor que ayer y  menor que mañana. De otro, impedir que el proyecto laborista de Yolanda Díaz disponga de tiempo suficiente para concretarse y, finalmente, frenar así la consolidación del gobierno progresista y, por supuesto, su continuidad en una próxima legislatura. De ahí la necesidad de presentar la calle, como ya hace el agit-pro de Génova, enfrentada a la Moncloa. Dicho de otro modo, como lo dicen sus propagandistas, "esto ya no aguanta y no hay más salida que las urnas".

Esta realidad virtual de los enemigos visibles e invisibles, que también los hay, de Sánchez y Díaz choca con los datos evidentes. Los Presupuestos  van a ser aprobados, la mayoría parlamentaria se ha consolidado, van a llegar 140.000 millones de euros, la calma reina en Cataluña -de donde Casado tanto rédito político pensaba sacar- y el rebrote de la pandemia en la Unión Europea señala que el gobierno español ha sido uno de los más eficaces en la lucha contra el coronavirus. Cierto que la conflictividad laboral aumenta, pero igualmente lo es que sería insostenible sin la existencia del escudo social de la ministra Yolanda Díaz. Que el brazo político de la CEOE llame a la huelga solo muestra su propia desesperación.

Es tanta la inquietud de Casado que no vacila en enfrentar al PP con la CEOE con tal de sacar un ojo a Sánchez, a riesgo de quedarse ciego a la hora de dejar tuerta a la Moncloa. No es casual que hoy sea una de sus mejores cabezas teóricas, Cayetana Alvárez de Toledo, y  uno de sus principales activos políticos, Isabel Ayuso, quienes insistan que un partido político no puede ser dirigido como un cuartel, en claro beneficio de Vox, la abstención o el PSOE. La larga sombra de Antonio Hernández Mancha, que tuvo que presentar la dimisión tras la huelga general de 1988, se abate hoy sobre Génova. Y la estúpida idea de la convocatoria anticipada de elecciones no encuentra ningún eco solvente más allá del PP.

El problema de fondo es que España no ha sabido crear una gran derecha civilizada. Este es, ha sido y ya se verá si sigue siendo, el factor determinante de toda nuestra reciente historia, aunque no sea una causa sino un efecto. El centrismo de Suárez no pudo, el nacionalcatolicismo de Aznar no quiso y  la tecnocracia burocrática de Rajoy ni pudo, ni quiso. En cuanto a la mediocridad de Casado, ni sabe. Veremos, de aquí a 2023, si del Partido Popular surge una cultura capaz para que la necesaria alternativa sea algo más que una imposible desestabilización  política.

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