El desconcierto

La desafección constitucional

La desafección constitucional
Acto de Izado Solemne de la Bandera de España con motivo del "Día de la Constitución", este lunes en la Plaza de Colón de Madrid.- EFE / Fernando Villar

La fiesta de la Constitución de 1978, celebrada ayer por la mayoría de los españoles, no puede ignorar el disgusto, la desconfianza -cuando no el extrañamiento- de una amplia minoría creciente de ciudadanos, con las instituciones constitucionales. La desafección constitucional es evidente. Los números son concluyentes. En las primeras elecciones democráticas Fuerza Nueva alcanzó 67.336 votos, sólo el o,37 % de los electores; mientras que en las últimas Vox llegó a 3.656.979 votos, todo un 15,21 % del cuerpo electoral y se convirtió en el tercer grupo político en el parlamento. Los desafectos, por lo tanto, aprueban el discurso contra el Estado de las Autonomías y la Unión Europea, en base a la soberanía nacional.

Ello no quiere decir, al menos hasta el momento, que se opongan ya a la Constitución, sino que marcan distancias con los partidos constitucionalistas por motivos territoriales, sociales o políticos. Dependerá de la respuesta que reciban que acaben siendo arrastrados por el fuerte vendaval nacionalpopulista que agita desde hace un quinquenio a toda la Europa del Sur. Si los políticos profesionales no olvidan que la tercera parte de la sociedad se encuentra en la cuneta social del crecimiento económico anunciado y que otra tercera parte, la llamada clase media, se estrecha por arriba y abajo, la desafección no irá a más. Pero si continúan en su  desaforada lucha de egos, la lucha de clases -que existe- multiplicará los desafectos. La Constitución no puede asentarse tan solo en el tercio acomodado.

Igual de preocupante es ver a la segunda fuerza política, el Partido Popular, acechada por la tercera. El PP es hoy tan constitucional como lo fue con  Manuel Fraga durante la transición, pero ahora cuando solo le separan millón y medio de votos de quienes promueven la desafección constitucional tiene bastante difícil gobernar sin ellos e imposible llegar a Moncloa con ellos. Contradicción que les hace hoy vacilar sobre la actitud a adoptar con los que no paran de agitar toda la demagogia populista sobre su propio electorado. La patética debilidad del liderazgo del PP, prácticamente inexistente, alienta la desafección como método para poder derrotar al primer partido que defiende la Constitución.

El reinado de minitaifas a la izquierda del PSOE, donde la identidad del mundo del trabajo ha sido subordinada a  microidentidades marginales, es aprovechado por la desafección para penetrar en los sectores populares. Por múltiples razones, el nacionalpopulismo encuentra aquí un campo previamente abonado que está siendo sembrado hoy mediante la manipulación incluso del discurso de algún viejo líder de la izquierda. O empieza a andar el proyecto laborista de Yolanda Díaz, secundado por CCOO y UGT, o lo que se ha visto en Cádiz, Vox llamando a la huelga, será una constante en las mismas vísperas de la negociación de los convenios. El anarcosindicalismo rebrota hoy de la mano de los desafectos.

Nada sería más rentable para la desafección constitucional que caer en la trampa del cordón sanitario, que los aísle, o de tratar ya de delimitar las actividades políticas o mediáticas de los desafectos. Todo lo contrario. Los constitucionalistas deben responder políticamente denunciando el intento de involución política que encierra el nacionalpopulismo y emplazar a quienes dicen situarse en la Constitución de 1978 a defenderla. El dilema de la presente coyuntura –Constitución o involución– será el que mañana presida también las elecciones generales de 2023. De aquí a entonces queda todo un enorme trabajo político de cara a la sociedad española para derrotarlos en las urnas. Mientras tanto, la Constitución no está para fiestas.

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