El desconcierto

Mañueco sigue, Abascal avanza y Ayuso gana

Mañueco sigue, Abascal avanza y Ayuso gana
Díaz Ayuso participa en la campaña electoral de Mañueco.- EFE/NACHO GALLEGO

Si el error del diputado Alberto Casero, equivocándose de botón, facilitó que la reforma laboral de Pedro Sánchez fuese aprobada, el error político del dirigente Pablo Casado, al convocar elecciones anticipadas en Castilla y León, facilita que Vox pueda condicionar hoy la formación de gobierno de una autonomía en la que el líder nacional populista ni siquiera cree. De error en error, gracias a una persistente hemorragia electoral del voto del PP hacia Vox, Casado ha conseguido una victoria política de Santiago Abascal envuelta en una victoria electoral propia. Así Mañueco se mantiene a duras penas como presidente, Abascal avanza espectacularmente y Ayuso gana.

Ni harto de vino Santiago Abascal puede pretender que más de doscientos mil castellano leoneses se hayan vuelto de la noche a la mañana, ipso facto, preconstitucionales. Vox sabe hoy mejor que nadie que cabalga bien sobre la desafección creciente de no pocos ciudadanos con el escenario institucional. Por ello recoge el voto del cabreo contra los políticos y contra una política que los margina cuando no los ningunea. Hace ahora apenas un quinquenio, ese descontento se recogía desde la izquierda, ahora se canaliza solo desde la derecha. Esa enorme contrariedad se expresa por un partido sin red en Castilla y León, por un candidato desconocido y por un voto prestado. Ayudado, eso sí, por  el partido al que no dejan de expropiarle electores gracias a la torpeza de Casado.

El factor de los factores que multiplica el éxito extraordinario de Vox reside en el inexistente liderazgo político del Partido Popular a la hora de afrontar la competencia de Vox. Veamos un ejemplo. Cuando Pablo Casado denuncia a Santiago Abascal, aumenta la fuga de muchos de sus propios votantes hacia Vox, sin embargo cuando quien denuncia es Isabel Ayuso, como ocurrió en Madrid, los fugados retornan al Partido Popular. Tan es así que en la reciente campaña electoral Mañueco ha tenido que apelar a la presidenta de Madrid para tratar de taponar la hemorragia hacia Vox. Con un liderazgo fuerte, una política clara y una estrategia lúcida y coherente del Partido Popular, el avance de Vox no sería el que es y, sobre todo, el que puede acabar siendo.

No hay más que observar la actitud errática de Casado ante el voto de investidura de Mañueco, que va desde el posible pacto con los de Vox a su oferta de que le voten gratis total, para comprender el insoportable lastre político que arrastra el aspirante a presidente de Castilla y León. El líder del PP no quiere enfrentarse al nacionalpopulismo, pero tampoco desea separarse de él. La derecha veleta, como la describen los de Vox, gira más que nunca y nadie sabe, ni ellos mismos, donde va a detenerse. Causa asombro ver a todo un partido de orden, como es el Partido Popular, corriendo tras las decisiones de Vox, un partido antisistema. Si Manuel Fraga levantara la cabeza, correría a gorrazos políticos a los que consideraría sin duda okupas de Génova.

El sorpasso de Vox al Partido Popular es ya una posibilidad que puede pasar a probabilidad si la frivolidad de Casado− como lo fue en su momento la de Antonio Hernández Mancha- no es superada por los  mecanismos sucesorios previstos en sus estatutos. Si el PP no consigue dotarse de una dirección que atraiga a los fugados, acabará siendo adelantado por el nacional populismo. Solo con una autoridad real podría hoy elaborar una estrategia que quiebre su actual subordinación a los de Vox para reemplazarla por su hegemonía en el conjunto de toda la derecha. La pregunta parece pertinente, ¿quién dirige este bloque social? ¿Una fuerza constitucional como el Partido Popular o una extraconstitucional como Vox?

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