Otra economía

¿Aprenderemos?

Fernando Luengo, economista
Blog Otra economía: https://fernandoluengo.wordpress.com
@fluengoe

Algunos dicen que esta pandemia es una oportunidad, para aprender de nuestros errores, para no transitar caminos que sabemos erróneos, para que se abran paso nuevas ideas, en definitiva, para introducir transformaciones que anticipen y nos protejan de catástrofes como la que estamos padeciendo. ¡Ojalá sea así! Algunas lecciones que deberíamos tener muy en cuenta para avanzar en esa dirección:

  1. El Fondo Monetario Internacional, las instituciones comunitarias, los gobiernos europeos y la mayor parte de los "think-tanks" conservadores han abrazado sin reservas las denominadas políticas de austeridad presupuestaria y de transformación estructural. Estas políticas, aplicadas con especial rigor en las economías meridionales, se han llevado por delante derechos básicos de las clases populares, también en los países más avanzados. Porque es un derecho básico irrenunciable disponer de una vivienda, acceder a la educación, disfrutar de salud, tener un trabajo decente, proteger a los excluidos, recibir una pensión que permita a los mayores vivir dignamente, promover la equidad de género, preservar el planeta... Estos derechos, a los que de ningún modo debemos renunciar, han sido pisoteados por esas políticas. Por esa razón, no se trata de abrir un paréntesis en su aplicación, sino de superarlas, pensar otra política económica al servicio de otra economía.
  2. El "proyecto europeo" ni ha funcionado ni funciona. La crisis provocada por la enfermedad ha puesto de nuevo negro sobre blanco los límites y los sesgos de una Europa pensada para las elites, la industria financiera, las grandes corporaciones y los países con mayor potencial competitivo. Esta Europa no es de los pueblos sino de los mercaderes. Las instituciones comunitarios han tenido en estos días la oportunidad de estar a la altura del desafío que representa la enfermedad... y la han desaprovechado, otra vez. El dilema no está en levantar o no la bandera del europeísmo (concepto chicle que vale para un roto y un descosido), ni siquiera en permanecer o no en la zona euro o en la Unión Europea. Necesitamos otra Europa, solidaria y democrática, que descanse en otras políticas y en otras instituciones.
  3. ¡Cuántas veces se nos ha presentado Alemania como el modelo a seguir! ¡El país del esfuerzo y del ahorro que tanto ha contribuido a levantar el proyecto europeo! Es hora de abrir los ojos y acabar con los mitos. Ese modelo -que tiene a un elevado porcentaje de sus trabajadores en los umbrales de la pobreza- ha alimentado con su política hipermercantilista la economía basada en la deuda y se ha beneficiado de ella; por eso mismo, ha estado en el origen del crack financiero y de la crisis económica posterior, que un discurso tan unilateral como interesado ha presentado como el resultado del despilfarro y las malas prácticas de los países del sur. El sector corporativo alemán y los sucesivos gobiernos -tanto conservadores como socialdemócratas- han sido ganadores indiscutibles del proceso de integración europeo. Ahora, Alemania y los países bajo su órbita de influencia no sólo están bloqueando una política más cooperativa para enfrentar la emergencia provocada por la enfermedad, sino que, con su actitud, están certificando la quiebra de Europa como proyecto.
  4. Se ha repetido asimismo hasta la saciedad que el sector público es ineficiente, mientras que la iniciativa privada, guiada por criterios de mercado y por la información proporcionada por los precios, encuentra las soluciones más eficientes. Con este mantra, se ha querido legitimar la política de privatizar y mercantilizar el sector social público. Pero ese supuesto no es cierto. Los mercados que realmente han gobernado la economía, impregnados de una lógica financiera y corporativa, han sido muy ineficientes, aunque hayan sido muy rentables para unos pocos; de hecho, han sido el principal factor desencadenante de la crisis económica. Lo más importante, en todo caso, es que los derechos de la ciudadanía no pueden ser evaluados con criterios mercantiles... son derechos y no mercancías. Atenderlos con criterios de equidad y suficiencia financiera es, por lo demás, perfectamente compatible con una utilización eficiente de los recursos.
  5. El pensamiento económico -el convencional y una buena parte del crítico- se mueve en la lógica de maximizar el crecimiento, intensificar la productividad y aumentar la competitividad. Alcanzar estos objetivos supondría mejorar el empleo y los salarios, aminorar la pobreza y reforzar la capacidad recaudatoria de las administraciones públicas. Cuestionar este discurso es esencial para que pueda abrirse paso una economía al servicio de las personas. La lógica de las cantidades -acompañada con el insaciable consumo de recursos naturales escasos y la inevitable destrucción de los ecosistemas- debe ser revertida, nos jugamos en ello la vida, cada vez más amenazada. Del mismo modo que tampoco es de recibo asociar crecimiento/productividad/competitividad con la mejora de las condiciones de vida de las clases populares. Un planteamiento alternativo tiene que poner en el centro la contención, la equidad y la solidaridad.
  6. Se dice que el virus es ciego, a todos nos iguala pues golpea con igual fuerza a los ricos y a los pobres, lo mismo a los de arriba que a los de abajo. Es cierto, el virus no pregunta, simplemente ataca. Pero el impacto y las consecuencias de la enfermedad son mucho peores para los grupos de población más desfavorecidos y desprotegidos; afecta en mayor medida a los asalariados, especialmente a los más precarios y a los que reciben sueldos más bajos, a las familias monoparentales, a los que tienen viviendas más modestas y viven en alquiler, a los que están amenazados por desahucios, a los autónomos, a las personas migrantes, a las mujeres que sufren la violencia patriarcal, a los hijos de las familias con menor nivel adquisitivo... Por esa razón, ahora más que nunca, es crucial que la acción gubernamental pivote alrededor de la equidad, siendo plenamente conscientes de que este término significa, por supuesto, un enorme esfuerzo presupuestario. Pero también supone que los que más tienen contribuyan más al sostenimiento de las políticas públicas, aspecto que, lamentablemente, está eludiendo los gobiernos y las instituciones comunitarias. Se trata de impedir que de esta tragedia se salga con una sociedad todavía más fracturada que la actual.
  7. Un discurso muy aplaudido es el que sostiene que la tecnología todo lo resuelve; sino elimina, sí consigue minimizar los costes. Se tira de este razonamiento para legitimar el crecimiento y las consecuencias adversas que, todo el mundo reconoce, tiene sobre la vida del planeta. La ciencia encontrará las soluciones, se nos dice; mientras tanto, avanzamos hacia el abismo. En ese camino se ha abierto en estos días un paréntesis, pues las medidas de confinamiento y la paralización de buena parte de la actividad económica mundial han mejorado de manera sustancial todos los registros medioambientales. Aprendamos que el tránsito hacia la sostenibilidad es, además de necesario y deseable, posible, pero la fuerza que lo debe impulsar no es el drama de la enfermedad, sino un nuevo sentido común basado en la supervivencia, la igualdad y la cooperación.

 

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