Otra economía

Europa y el escritor Antonio Muñoz Molina

 

Europa y el escritor Antonio Muñoz Molina
El escritor Antonio Muñoz Molina en una imagen de 2021- FOTO: A. Pérez Meca / EUROPA PRESS

Antonio Muñoz Molina ha publicado en El País un artículo que lleva por título "Siempre lo supieron". Un texto en el que el autor denuncia que los ejecutivos de Exxon Mobil y de otras grandes corporaciones energéticas, respaldados por los análisis de sus propios equipos científicos, eran plenamente conscientes desde hace años de que su modelo de negocio, consistente en la quema de combustibles, tenía efectos desastrosos desde el punto de vista del cambio climático.

Sin embargo, en sus continuas campañas de propaganda, poniendo mucho dinero sobre la mesa, lo han negado; apoyando las tesis negacionistas, las que sostienen que el cambio climático es una invención o una minucia, que, en todo caso, se puede manejar con los avances de la tecnología. Entre tanto, han realizado fabulosos beneficios que, básicamente, han ido a parar a sus equipos directivos y grandes accionistas.

Un artículo oportuno y relevante en el que se pone el foco en la irresponsabilidad de las corporaciones globales a la hora de explicar el actual desorden económico y climático y los costes sociales y medioambientales de ese proceso. El autor nos entrega un buen diagnóstico, seguido por la exigencia de que se tomen medidas para frenar y revertir el poder corporativo.

El artículo termina con esta frase: "Solo un masivo impulso progresista en una institución democrática supranacional como la Unión Europea tendría algo de la fuerza necesaria para poner coto a esta gente. Es una pobre esperanza, pero me temo que no hay otra."

Creo que, a estas alturas, nadie pone en duda la necesidad de una decidida y urgente actuación a escala europea y global, por la dimensión de los problemas que hay que encarar y las resistencias que hay que vencer. Sin embargo, la frase es un verdadero brindis al sol, con un punto de escepticismo, pues, en realidad, la Unión Europea no es una institución democrática y en los hechos sus políticas -eso sí, con mucho "etiquetado verde"- están contribuyendo, junto al poder corporativo, al agravamiento del cambio climático.

Y digo esto no sólo porque el Parlamento Europeo es la única institución elegida por sufragio universal, es decir con la intervención directa de la ciudadanía; el resto del entramado institucional presenta un perfil intergubernamental. Téngase en cuenta, además, que las competencias de ese parlamento son muy limitadas, en algunos casos meramente simbólicas.

Esto matiza la contundente e injustificada declaración del escritor sobre el perfil democrático europeo. Pero más relevante es, en mi opinión, reparar en las políticas que promueven las instituciones comunitarias y que se han defendido como una seña de identidad de la construcción europea. ¿Dónde está la esencia democrática de las instituciones comunitarias en la aplicación de las medidas de ajuste presupuestario que se han llevado por delante la sanidad pública? ¿Y en las de austeridad salarial que han empobrecido a los trabajadores? ¿Y en el rescate de los grandes bancos con el dinero de todos? ¿Y en las políticas del Banco Central Europeo que han regalado el dinero a esos mismos bancos y a las grandes corporaciones? ¿Y en el privilegiado estatus que se concede a los grupos de presión para que hagan valer sus intereses en el diseño y ejecución de las políticas comunitarias? ¿Y en el muro que han levantado para frenar las migraciones de personas que huyen del hambre, de la pobreza y de la guerra (no sólo existen los migrantes ucranianos)? ¿Y en el aumento del gasto militar, siguiendo la estrategia militarista de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y de Estados Unidos? ¿Y en la tibieza, por llamarlo de alguna manera, con la que han abordado la posibilidad de introducir una fiscalidad progresiva a escala comunitaria?

Me pregunto -y creo, sinceramente, que hay que hacerse esta pregunta- si esta es la "Europa democrática" que va a poner coto a las grandes corporaciones, que ya antes de la guerra y de la pandemia obtenían ganancias extraordinarias, que aprovechan las crisis para seguir haciendo caja y que en buena medida son responsables de las actuales dinámicas inflacionistas.

En el párrafo que antes mencionaba, Antonio Muñoz Molina habla de "fuerza necesaria para poner coto a esta gente". Aunque todo lo centra en la que pueda articularse alrededor de las instituciones comunitarias, rescato la idea de que será necesario oponer una gran fuerza para vencer las resistencias del poder oligárquico -pues no se trata de anomalías o imperfecciones coyunturales de los mercados, sino de un componente estructural del capitalismo- que, de hecho, ha capturado y se ha hecho con las riendas de esas instituciones y de las políticas que aplican. Y la pregunta que dejo al lector es: ¿Dónde está ahora mismo la fuerza capaz de vencer esas resistencias? ¿Y dónde esas izquierdas con voluntad de crear y consolidar esa fuerza?

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