Fran Gayo

DÍA 1 - Mami, llegué bien

Bienvenidos al bochorno y al chirriar de las dársenas oxidadas, al codazo para evitar que alguien se te cuele, a estos trayectos en el vaporetto que va del aeropuerto al Lido y vuelta.

Y a lo lejos verás otra vez Venecia, adivinarás la plaza de San Marco, Murano, imaginarás Rialto sabiendo que un año más los 11 días de la Mostra se limitarán de modo exclusivo a los escasos kilómetros de esta isla donde el festival se celebra, tres avenidas largas (redefinamos aquí largo, por favor) dibujando una H plena de hoteles prohibitivos, restaurantes, dos farmacias, alguna tienda y poco más.

Sigue resultando un misterio el por qué uno de los tres grandes festivales del mundo se celebra en un lugar de estas características.

De mano la Mostra de este año (por mucho que se quiera rendir pleitesía a Marco Muller) desprende un olor a rancio poco habitual, una situación extraña que nos hace desembarcar sin demasiadas espectativas aunque también es cierto que esta sensación es el caldo de cultivo ideal para que la sorpresa nos asalte.

Poco ayuda además la broma posmoderna de entregarle  el premio Gloria Jaeger le-Coultre a Sylvester Stallone por su carrera y méritos (le han precedido en el galardón Agnes Varda, Abbas Kiarostami y Takeshi Kitano, cágate, little parrot). La noticia a buen seguro habrá despertado alborozo y descontrol entre la platea de delirantes freaks (pronúnciese freaks) que recientemente se arrojaron al onanismo sin control excitados por una admiración desconcertante por Jean Claude Van Damme, otro portero de discoteca aunque este con algunos gramitos  (me permitan el chiste) más de charm que el cirujeado Sly.

En el blog dedicado a la pasada edición del festival de Cannes (Cannino, rebúsquenlo por aquí) me había propuesto guardar una entrada para lo que me dio por llamar la pasarela Bazin, es decir, para hablar de los críticos y sus maneras en el vestir, su querencia por los zapatos castellanos, el jersé de lana en pleno Verano, el pantalón de pinzas... el "reportaje" acabó desactivándose porque Cannes no es el mejor lugar para columpiarse con los analistas del 7º arte. Mimados por ese magno evento y la sempiterna adoración gabacha por la crítica, son los reyes del mambo, la gracia se les seca y se vuelven de una solemnidad que vaya...

Aquí en Venecia están como más solicos, caminan meditabundos, contemplan el canal con tristeza y cual el Gustav Von Aschenbach de Thomas Mann permanecen con gesto entristecido frente al verjado del Hotel Des Bains...

No lo olvidéis: desde la oscuridad yo vigilo vuestros calcetines, el modo en que combináis los colores, esas chaquetazas de adolfo domínguez, el minimo despiste lo pagaréis caro.

Tenía preparado un final tipo epifanía en el que el cronista interrumpe su texto cuando ve en lontananza el embarcadero del Lido, el letrero de Cinzano coronando el hotel Riviera (el mismo letrero exactamente que Joseph Losey mostraba en la primera secuencia de su "Eva"), pero todo ese asumir la futilidad de nuestro devenir se ha jodido, porque el letrero ya no está y el mítico embarcadero está lleno de grúas, hormigón, vallas, jubilados escudriñando y la sensación de que la gran campaña neroniana de lavarle la cara a la Mostra ha dado comienzo ya.

Mañana arrancamos.

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