Tentativa de inventario

Ofrenda a hostias

Ofrenda a hostias

Leo que Renfe prevé instalar un sistema de análisis de imágenes bastante tocho. Le permitirá distinguir a través de los registros de sus cámaras de seguridad "atributos comunes" en sus usuarios. Entre los atributos que el software prevé detectar encontraríamos, según reza la información, aspectos comunes como "la edad, el género, el origen étnico o el tipo de ropa", pero también otros de índole, si se quiere, más difusa, como la pena o el regocijo. En concreto el sistema ubicará el sentir de sus pasajeros en cuatro amplios compartimentos, "felices, tristes, cansados, sin determinar". Desconocemos si el sistema será sensible a hipotéticos combinados anímicos. Por todos es sabido que en estos tiempos inciertos, la tristeza, cuando llega, suele hacerlo sin determinar, y la felicidad, tan efímera como huidiza, es probable que nos pille ya cansados de esperar.

Cabe preguntarse también qué hará la máquina con los que dejaron de sentir. O con los que se muestran ufanos cuando en realidad por dentro están devastados. Y al contrario; qué pasará con los que, henchidos de júbilo en su interior, encubren la movida con rostro mohíno. Sepan, en todo caso, que mientras ustedes deambulan por los andenes a la espera del Cercanías que les devuelva a su ciudad dormitorio, mientras aguardan impacientes con un ramillete de mimosas la llegada de su amante periférica, es probable que su rostro sea escrutado por las cámaras de la estación Atocha-Constitución del 78 con fines que, muy probablemente, a usted le excedan. Como puede que le exceda también la Carta Magna que le da cobijo, "garante de la convivencia de los españoles en los últimos 40 años", y garante, a su vez, de tremendos mandobles a pie de calle en pro de dicha convivencia.

Porque, en efecto, nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad se han empleado a fondo estos últimos días para garantizar sus propios derechos. Los de usted. De modo que no sea ingrato. Contemple sus hematomas como una ofrenda, entienda que lleva tatuados sobre la piel los límites de su libertad de expresión, mutando de color a cada paso que da, del púrpura al amarillo pasando por un tono levemente cobrizo, transición cromática patrocinada por el Estado y rubricada por un señor que, provisto de palitroque, está velando por su propio bien. El de usted. No los oculte, muestre con orgullo que ha catado el monopolio de la violencia a manos de un profesional experimentado que ha tenido a bien ejercerla sobre su cuerpo, muestre sus doce orificios de munición real en sus piernas, la cuenca vacía de su ojo, los puntos en la cabeza. Sonría aunque rabie por dentro. La cámara no lo ve.

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